Intriga internacional.
El ejercicio de estilo puede tornarse contraproducente dentro de una obra, a tal punto que termine desorientando las intenciones de su realizador por más buenas que sean. En De Amor y Dinero el iraní Hossein Amini (otro realizador foráneo atrapado por el gigante hollywoodense) opta por seguir el protocolo hitchcockiano al pie de la letra pero sin llegar al punto de verse limitado por esta condición. Amini se toma un descanso de los guiones por encargo (siempre le estaremos agradecidos por esa anomalía noir que es Drive) y hace su debut tras las cámaras con un opus que emula al género clásico y de paso le suma una astuta cuota de nervio.
Contextualizados en los sesenta, tenemos a la pareja casual de Chester (un Viggo Mortensen añejo) y su esposa Colette (Kirsten Dunst intentando ser una señora) vacacionando por las ruinas de Grecia cuando conocen a Rydal (el ascendente Oscar Isaac), un guía turístico bilingüe que saca toda ventaja lucrativa de sus clientes. Atraído por la ostentosidad de estos y convirtiéndose en su traductor asignado, Rydal entabla confianza y se apega a ambos. La inoportuna aparición de un investigador privado tras los pasos de Chester devela que este también es un chanta, dando por consiguiente un crimen (el macguffin del asunto) a manos de Chester y en el que Rydal, sin comerla ni beberla, pasará a ser cómplice.
El de Hitchcock era un cine que exploraba las bajezas y obsesiones sociales de personajes ordinarios frente a situaciones extraordinarias. Pero lo de Amini no es un copiar y pegar suntuoso para sacarse de encima un thriller vintage barato. Mientras maneja ese tributo constante delineado por la puesta en escena, la película va serpenteando las maniobras psicológicas que envuelven a los personajes masculinos centrales. Acá no se barajan instintos eróticos sino la patología paternal que confronta y al mismo tiempo atrae a Chester (el padre celoso ante un hijo muy mimado) y Rydal (la distancia que tomó de su familia le remuerde la conciencia). Esta paradoja que incluye broncas y reproches reprimidos es el musculo imperante de la trama y que buscará en algún punto de la fuga redimirse o consumarse.
Frente a la inevitable disputa amorosa, Amini se corre de todo histeriqueo pasional y encara hacia el conflicto masculino punzante con un dinamismo envidiable. De esta manera, el personaje de Dunst se ubica en un segundo plano como medio conductor (la mujer como objeto de garantía), ya que el lazo que aqueja a estos individuos es el verdadero leitmotiv y la ambigüedad de ambos (Mortensen de finura agreta y Isaac de elegante sport) su ingrediente maestro. Ilustrada por una fotografía soberbia, De Amor y Dinero es una película de atractivos que no se precipitan, sabiendo dosificar los valores compenetrados y demostrando así que Amini sabe muy bien cómo ser todo un romántico.