Bajo el signo de Highsmith
El suspenso está muy bien logrado a partir de la tensión entre los tres personajes principales. Nunca sabemos qué planea cada uno.
Patricia Highsmith y el lenguaje audiovisual se llevan bien: veinte películas y un número similar de realizaciones televisivas se basaron en novelas o relatos de su autoría.
¿Qué es lo que tanto atrae de su escritura a los cineastas? Arriesguemos tres hipótesis: 1) Sus historias no caen en el esquema policial clásico del whodunnit, donde hay un crimen y queremos saber quién lo cometió. Highsmith invierte la carga del suspenso: sabemos quién es el criminal y no queremos que lo descubran. En lugar de identificarnos con un detective que va acercándose a la verdad, nos identificamos con un delincuente que la va ocultando; 2) Los protagonistas son complejos, polifacéticos y cambiantes: generalmente, como Tom Ripley, atractivos psicópatas que nunca develan sus intenciones últimas; 3) Las acciones se desarrollan en geografías bellas y/o exóticas, siempre fotogénicas.
Ambientada en los años ‘60, De amor y dinero -originalmente Las dos caras de enero- cumple con los tres puntos anteriores, y le agrega un cuarto: un triángulo amoroso, formado por el matrimonio de un apuesto veterano (Viggo Mortensen) y una atractiva joven (Kirsten Dunst) más un guía turístico y estafador de poca monta (Oscar Isaac). Los tres quedan enredados en una convivencia forzosa, de viaje por los paradisíacos paisajes griegos.
En su opera prima, el iraní -radicado en Gran Bretaña- Hossein Amini (guionista de Drive y 47 Ronin, entre otras), maneja a la perfección la tirantez entre los tres personajes y el arte de no mostrarnos qué es lo que cada uno se trae entre manos. Durante su lograda primera mitad, la película se acerca al clima de El talentoso Sr. Ripley, esa gran adaptación de Highsmith a cargo de Anthony Minghella (no parece casual que Max Minghella, su hijo, sea el productor ejecutivo de De amor y dinero). Pero después de llegar al pico de tensión con trabajo y paciencia, la bajada es a los tumbos, con un desenlace decepcionante. Que, hay que decirlo, respeta el espíritu de la novela: por una vez, echémosle la culpa a la magistral Patricia Highsmith.