La complicidad como forma de relación forzosa
Por una de esas casualidades, el mismo día se estrenan en Buenos Aires sendas adaptaciones de dos de los grandes autores de policiales del siglo XX, George Simenon y Patricia Highsmith. Del primero se estrena El cuarto azul (ver página 32); de la segunda, De amor y dinero, retitulación característicamente infiel de The Two Faces of January. Es ésta la primera película dirigida por el iraní radicado en Londres Hossein Amini, bastante reputado como guionista (Las alas de la paloma y Drive, entre otras). A diferencia de otras adaptaciones de la autora y a semejanza de lo que previamente hizo Anthony Min- ghella en su poco talentosa versión de El talentoso Mr. Ripley (1999), Amini decide mantener la época en que transcurre la novela (comienzos de los ’60), haciendo de De amor y dinero un “film de época”. El dato podría parecer menor pero no lo es tanto. Los temas de Highsmith –la identidad, las apariencias, la cuestión del doble, la falsificación– son tan atemporales como universales, por lo cual parece aconsejable no perder tiempo e imagen en reconstruir vestuarios y lugares, e ir más al hueso. Lo contrario de lo que hace Amini, tal como antes Minghella.El propio título refiere ya a la idea del doble, que en Highsmith hizo apoteosis en su primera novela, Strangers on a Train (llevada al cine por Hitchcock, como se recordará) y aquí reaparece. Las dos caras son las del magnate estadounidense Chester MacFarland (Viggo Mortensen), que de paseo por Europa junto a su joven esposa Colette (Kirsten Dunst) en la Acrópolis de Atenas conoce a Rydal, compatriota que se desempeña como guía turístico (Osar Isaac, protagonista de Inside Llewyn Davis). El magnetismo entre ambos es instantáneo, más como una forma de reconocimiento casi animal de uno en el otro que por alguna clase de homoerotismo, que no se percibe. Da toda la impresión de que Rydal le quiere levantar la esposa a MacFarland y que la esposa de MacFarland muestra buena predisposición a ello, y la rivalidad entre ambos es también animal, como si a este último se le erizaran los pelos del lomo cada vez que aparece el otro. Pero habrá también un crimen y una muerte involuntaria, que convertirán ambos primero en cómplices, dúo de chantajeador/chantajeado más tarde.Lo más interesante de la novela de Highsmith es lo que podría llamarse “doblez del doble”. Ni MacFarland ni Rydal son exactamente el ricachón y el cretino que aparentan ser. En verdad, resultan no sólo la contracara del otro, sino la inversión de la apariencia propia. Es por eso que la complicidad –desconfiada y traicionera, pero complicidad al fin– parece la forma de relación forzosa entre ambos. Amini da tanta importancia a eso como al jugueteo entre Colette (que resulta no llamarse Colette, así como MacFarland tampoco se llama MacFarland) y el guía, aparente cazafortunas pero hijo de “buena familia”. Igual relevancia parecerían tener los trajes blancos y sombrero aludo de Mortensen (perfecto como de costumbre, en papel con alguna conexión con el de Historia de la violencia) y otros detalles de época, que sumados a Partenones y mares Egeos dan el inoportuno aire de una colorida tarjeta postal a lo que debería ser una intriga oscura y sordidona, pegajosa como la sangre.