De amor y dinero
Morales dudosas y buenos actores.
Guionista experimentado, Hossein Amini nació en Irán, pero vive en Inglaterra desde los once años. Además de los guiones de Drive y Blancanieves y el cazador, Amini adaptó a Henry James en Las alas de la paloma, a Thomas Hardy en Jude y a Elmore Leonard en Killshot. Para su debut como director, eligió una novela de entre las menos conocidas de Patricia Highsmith. Y desplegó a Viggo Mortensen, Kirsten Dunst y Oscar Isaac en paisajes mayormente griegos, ambientados en 1962. Contar el argumento, su punto de partida, es revelar detalles que la película dispone con elegancia y cierto aire liviano para luego enrarecerlo. Detallar sus acciones, incluso las iniciales, sería traicionar su propuesta. Sí se puede decir que se trata de una película sobre estafadores, sobre la desconfianza, sobre los celos y sobre el encubrimiento.
Los actores y el paisaje son definitivamente lo mejor: la luz del sur de Europa, la vibración y vitalidad social de principios de los años 60, los gestos de tres actores curtidos. El trabajo de Oscar Isaac, el mismo de Balada de un hombre común, de los Coen, es especialmente preciso, y convence con sobriedad, incluso cuando las acciones de su personaje se ponen en escenas y en palabras de baja verosimilitud, o de riesgosos y deshilachados objetivos simbólicos (la idea de padre nunca adquiere un sentido bien tramado ni verdadera relevancia en el relato). Amini hizo una película en la que están algunas claves de la obra de Highsmith: las oscuridades detrás del lujo, el arribismo y la envidia y, sobre todo, el asesinato no premeditado, sino como producto del error, de la tensión, del encierro, como reacción para no ser expulsado del paraíso.
Pero De amor y dinero -otro disparatado título local- también es un film un poco oxidado en su armado, arenoso en su narrativa, con actores desperdiciados en diálogos dispuestos con demasiado orden (no parecen poder interrumpirse), con poca capacidad para hacer inteligible los espacios en los pocos momentos de movimiento y, sobre todo al final, con descalabros en la base lógica de las decisiones de los personajes. Además, hay uso y sobre todo abuso de la música del español Alberto Iglesias, tal vez, para intentar suplir la falta general de brío para narrar.
También con buenos actores, con dilemas morales, con personajes norteamericanos en el paisaje del sur europeo de hace medio siglo (sobre Highsmith), Anthony Minghella hizo en 1999 la muy recomendable y hasta personal y pasional adaptación de El talentoso señor Ripley. Minghella podría haber sido una referencia más que fructífera para Amini si se hubiera decidido a no usar tanto el piloto automático.