La vieja escuela
Con una reputada trayectoria como guionista, encima adaptando a grandes como Henry James, Thomas Hardy o Elmore Leonard, Hossein Amini eligió para su debut en la realización a Patricia Highsmith: De amor y dinero es una recreación con aire clásico de un texto no tan popular de la autora de -sí- la reversionadísima El talentoso señor Ripley, que le debe mucho desde su aspecto visual a aquella versión dirigida por Anthony Minghella, director al que Amini le agradece en el final. Están los norteamericanos empotrados en la postal europea, están la elegancia y distinción que oculta no otra cosa que la decadencia y la amoralidad, y también esos vínculos masculinos que oscilan entre la mutua fascinación y la repulsión. Tal vez se le puede cuestionar un poco la falta de brío por momentos, pero Amini construye con convicción un film que parece extraído de un viejo arcón de los recuerdos.
Evidentemente una película así no llega por generación espontánea. Amini, de larga trayectoria en la escritura, se tiene que haber guardado para sí durante mucho tiempo esta historia. Por eso no deja de ser curioso cierto desapasionamiento que exhibe el relato, algo que por otra parte puede ser visto no tanto como una falencia sino como una virtud: el director, aún inexperto, domina las herramientas del cine con soltura, y no tiene que apelar al desborde para demostrar pertinencia. Lo suyo, también en un buen ejercicio de comprensión de las criaturas de Highsmith, es el autocontrol y la simulación, con pequeños climas de tensión que se van disponiendo cuasi matemáticamente a lo largo del film. De amor y dinero es una película de giros constantes, de marchas y contramarchas, sin antojo ni arbitrariedad, sólo respondiendo a los impulsos de sus personajes.
Porque en la superficie, De amor y dinero (espantoso título local para el más sugerente The two faces of january) es una clásica película de estafadores, pero que en vez de elegir la cara divertida de la trampa prefiere la tragedia que supone el engaño. Y la seriedad del conjunto no es tanto un respeto supremo a la letra escrita (ese que padecen muchísimas adaptaciones literarias) sino un tono que nunca anticipa lo que va a venir. La ligereza, en todo caso, está impresa en ese absurdo que da origen a todo el asunto: un crimen sin premeditación, algo que suele ser habitual en buena parte de la obra de la autora más allá de que la mente criminal es puesta en marcha constantemente.
Tal vez Amini falla un poco en el subtexto, hay información sobre la que se pone demasiada importancia y luego se pierde (el vínculo entre uno de los personajes y su padre) y también la relación entre los dos protagonistas se queda un poco en la superficie de cierta masculinidad provocada, sin profundizar en otras tensiones que Highsmith solía trabajar y sobre las que cuales Minghella hizo hincapié en la mencionada El talentoso señor Ripley. Pero De amor y dinero se vale en una primera instancia de tres intérpretes que están perfectos (Viggo Mortensen, Kirsten Dunst, Oscar Isaac) y también en una sobriedad absoluta para desandar un relato con ecos de Hitchcock y libertad para desalentar cualquier atisbo de postmodernidad. Decididamente es una película a la vieja usanza, no necesariamente avejentada, que se vale de un ritmo particular y de un montaje y un trabajo de planos que remite a esos films de misterio y suspenso que se hacían antes. Y ese desinterés en cualquier regla de mercado, no por la provocación misma sino por una pertinencia artística y un espíritu romántico, es sin dudas una decisión más que válida.