De melodrama y otros vicios
Si bien su opera prima (All about last night…) estuvo vinculada con la comedia romántica/dramática, prontamente Edward Zwick construyó una carrera a caballo de una serie de películas épicas con fuertes componentes tanto morales como políticos y, especialmente, con un sobrado espíritu norteamericano, muchas veces en el peor de los casos: recordar Contra el enemigo. Gloria, Leyendas de pasión, Valor bajo fuego o (la mejor) El último samurái no permiten ver a un director detrás con un mundo personal, aunque sí hay algún elemento que lo deschava: y ese es, siempre, su propensión a terminar mirando el tema que sea desde el melodrama más rancio.
En este sentido, De amor y otras adicciones es una vuelta a los orígenes pero totalmente contaminada por esa necesidad de resaltar lo norteamericano como ocurrió en su cine posterior, aunque en este caso su mirada esté un poco retorcida y a ese modo de vida construido sobre lo material y el éxito económico pueda subvertirlo gracias al poder de la sátira. De todos modos, De amor y otras adicciones es un film construido sobre capas y capas narrativas, que hacen fluir y estrellar, sin ton ni son, diversas líneas argumentales. Es como si encerrado en el corset de la comedia romántica con sentido (muy en la onda Jerry Maguire), Zwick tuviera la necesidad de aglutinar subtramas para engordar el sustento de su film. En esa jugada, por los excesos y los desniveles, está lo mejor de un film que tal vez siendo más conservador en ese sentido se hubiera conformado con sólo un trozo de este pastel entre sabroso y ciertamente empalagoso.
Con todo esto, decir que por un lado la película es la historia real de Jamie Randall (Jake Gyllenhaal), un joven que comienza a trabajar en la industria farmacéutica como visitador médico y que, en ese aspecto, arroja algunos dardos contra el sistema y también muestra un universo laboral medido a partir de saber hacer contactos, la proyección de la imagen y los pactos non sanctos. El film es tan veloz, que en esta primera parte pueden entrar sobornos a médicos, acosos sexuales para lograr objetivos mayores, la típica educación del héroe (a cargo del notable Oliver Platt) y demás apuntes para los que pocas veces hay una contra-respuesta. En este territorio es donde De amor y otras adicciones encuentra algunos aciertos: sin definirse como un film de denuncia, es lo bastante crítico como para construir una mirada política y, a pesar de nunca señala directamente con el dedo o levanta demasiado la voz, no se lo puede calificar como complaciente.
Pero De amor y otras adicciones es también ese mismo Randall intentando ser un hombre mejor: su rapidez con la que se saca mujeres de encima, su poca aplicación al trabajo, su abandono de alguna carrera universitaria lo muestran, en plenos noventa’s -donde el film se ambienta-, como un joven sin rumbo alguno, donde el milagro económico vinculado con la tecnología lo convierte en el relegado de su familia, tras el exitoso hermano Josh (el buen comic relief de Josh Gad). Y el aventón monetario le llegará a Jamie cuando logre colocar en el mercado el famoso medicamento contra la impotencia sexual conocido como Viagra. Sin demasiado análisis sobre lo que este producto significó a la sociedad, lo que el film termina comprobando es la tesis del éxito posible en la sociedad americana. El asunto es que aquí todo está atravesado por una invisible pátina de amargura, la cual impide que De amor y otras adicciones se convierta definitivamente en la película celebratoria sobre el éxito económico o que muestre que la autosuperación es un puesto de gerente de una gran firma.
Y allí lo que aparece es otra de las tantas películas que componen a De amor… y que es la relación que se establece entre Jamie y Maggie Murdock (Anne Hathaway), una joven de 26 años con Parkinson. Antes de que usted piense “golpe bajo”, digamos en favor del film que uno sabe de antemano que ella está enferma y también lo sabe el personaje: Zwick, para lo que uno puede sospechar como un director mediocre, utiliza inteligentemente este elemento y pocas veces juega al falso suspenso con la doliente Maggie. De hecho, el film es bastante honesto sobre la relación de ambos y sus crisis suenan reales, además de sorprender con cierta recurrencia al sexo: si bien lo sexual bordea el relato con la aparición del Viagra, lo cierto es que Jamie y Maggie tienen muchas escenas de cama, hay mucha fisicidad en la película, e incluso Hathaway se anima a algunos desnudos poco habituales para un film del sistema de producción de Hollywood como este.
Contra todo esto, que parecen puros elogios, hay que contraponer que Zwick no parece casi nunca encontrar el ritmo de su película. De hecho, algo notorio se da con la utilización del humor: por momentos inteligente, en ocasiones recurre a algunos chistes un poco guarros que poco tienen que ver con el tono general de la propuesta. Incluso, hay imposición de chistes que llegan a destiempo, como por ejemplo toda una secuencia con una erección que carece de mayor relevancia y que sólo se entiende como la necesidad de meter un chiste para cortar con lo dramático. Hablamos aquí de Jerry Maguire, un film similar sobre un joven profesional enamorado, pero donde Cameron Crowe sabía cómo releer una screwball comedy y aggiornarla. Zwick parece totalmente alejado de esta capacidad de entendimiento, y apenas se dedica a apilar sucesos con la esperanza de que la sobreabundancia de tramas pudiera otorgarle un sentido mayor a su película. De amor y otras adicciones, en todo caso, demuestra sus peores armas al sucumbir totalmente a los códigos del melodrama: su última parte se pone en exceso discursiva, se pierde un poco la velocidad del comienzo y en todo caso uno termina agradeciendo la honestidad de los personajes, que es a prueba de manipulaciones melodramáticas. ¿Habrá una cura para estos vicios de Zwick? Al menos, De amor y otras adicciones es una buena película.