Con tonada cordobesa
Decir que De Caravana (Rosendo Ruíz, 2010) es una película argentina es una certeza pero también un dato incompleto. Es, esencialmente, una película “cordobesa”. No sólo por sus locaciones y fondos de producción, sino por su lenguaje y el humor que la recorre aun en plena sordidez.
De tanto en tanto el cine de género vernáculo ofrece sus sorpresas. Ocurrió con el recordado Fabián Bielinsky (1959-2006), quien con Nueve reinas (2000) le dio un soplo de aire fresco al cine de suspenso “hecho en casa”. Algo similar puede ocurrir con De Caravana, que nos invita a estar atentos a los futuros pasos de Ruiz. Su ópera prima es una cuidada producción que demuestra profesionalismo en cada rubro técnico y un vigor y convicción por el relato clásico que no se debilita en ninguna secuencia.
El relato comienza con la llegada de Juan Cruz a un boliche cuartetero. Enviado por los jefes de la agencia de publicidad en donde trabaja, su misión es tomarle fotos a la “Mona” Jiménez para ser usadas en la gráfica de su nuevo disco. Muchacho cool y poco curtido en el ambiente, queda impresionado ante la belleza de Sara, quien termina en su “palacio” para luego volver a su territorio con la cámara del fotógrafo como “souvenir”. Lejos de resignarse o buscar a la policía, Juan Cruz asume el riesgo y recupera la cámara, cuyo material deja entrever ese mundo desconocido y delictivo que estaba a la vuelta de casa y que le genera una mezcla de curiosidad y singular atracción. De allí en más De Caravana tiene varios puntos de giros que involucran a la chica y al resto de su clan, compuesto por una travesti y un “pesado” que destila una siniestra simpatía en cada fotograma. Se suman el “Laucha” (la ex pareja de Sara) y los suyos, bastante más drásticos que los antes mencionados.
El relato ofrece la imagen nítida de una provincia eminentemente desigual, pero también de las éticas particulares que promueven los personajes. Como si se tratara de una obra cubista, el guión nos pone de frente a cada realidad, revelando las condiciones de posibilidad que hacen de esa desigualdad social un todo inmodificable. Desde esta perspectiva, al igual que otros films recientes que habilitan una lectura sobre la lucha de las clases (Francia, de Adrián Israel Caetano), aquí cada uno pareciera estar resignado al lugar que le ha tocado en suerte. Frente a esta postura se pone en entredicho el ascenso social, pero persiste una especie de “hibridación” que desde Romeo y Julieta (en ese caso, con la unión de dos genealogías enfrentadas) sólo puede generar malestar. Algo que queda muy bien demostrado en la secuencia en la que Juan Cruz presenta a su chica en una fiesta “de los suyos”.
El trazado de una sociedad estratificada que refleja el film es un rasgo que al mismo tiempo le da cierta universalidad a una comedia que va del thriller al romance y del romance al policial con una notable fluidez narrativa. Rosendo Ruíz hace de esa pugna social un folletín que integra sensualidad con violencia física, trama policial con cine de romance. Para ello confía en el material más valioso de este combo: las actuaciones. En no pocas escenas elige al plano secuencia como modalidad dramática que ubica al actor y a su discurso en el epicentro. La tríada compuesta por Francisco Colja, Yohana Pereyra y Martín Rena tiene un magnetismo irresistible.
Sin lugar a dudas, estamos frente a una de las sorpresas del año.