De caravana

Crítica de Lucas Moreno - Bitácora de Vuelo

¿CINE CORDOBÉS?

Tonada comechingona. Fernet. Camisetas de talleres. Cuarteto. Negros de mierda. Barrios de Córdoba. Boliches de Córdoba. Calles de Córdoba. Todo explícito, enganchado como una escarapela. Película cordobesa. Made in Córdoba, ¿se entiende? Regionalismo militante. Cine de acá a la vuelta.

Entonces aparece el misterio. ¿Cómo es posible que De Caravana haga de lo cordobés apenas un trasfondo? ¿Qué embrujo hace la película para que uno reconozca bares y calles sin distraerse? ¿Qué sucede para que La Mona sea una anécdota inofensiva? ¿Cómo es posible que el cuarteto te caiga bien y sea natural y consecuente? ¿Cómo hicieron para que esta película tenga simpatía usando tanta flora y fauna?

De Caravana nunca se convierte en una postal o una sociología del interior. La prensa local quizá la estigmatice como película icónica por su decorado, pero a Rosendo Ruiz le chupa un huevo el cariño autóctono o la palmadita del intendente. De Caravana se manda a narrar con todo y quiere moverse hasta caer desmayada. El éxtasis de contar una aventura, de hacer de un rodaje una aventura. Si se filmó en Córdoba fue una casualidad porque actores y técnicos estaban acá, deliraban imaginando situaciones acá. De Caravana no cuestiona un ser cordobés, nadie se intimida por la hegemonía porteña. Es Córdoba y bueno, qué importa, es Córdoba.

Sólo por sus coordenadas el localismo está presente. Si Francisco Colja vive en Las Rosas y Yohana Pereyra en General Bustos es porque la ciudad funciona en estado de inconsciencia. Las referencias no seleccionan un público, son guiños para que los cordobeses se rían un poco más fuerte de lo que ya todos se están riendo. Y esto porque Rosendo Ruiz está excitadísimo con su historia, no con su etnografía.

Ahí aparece otro punto interesante: De Caravana no baraja figurines sociales; De Caravana traza PERSONAJES con un crayón grueso. Personajes tan impregnados en el cuerpo de sus actores que apenas entran en escena se comprenden. Y luego se profundizan hasta ser perfectos, coherentes, abrumadoramente espontáneos. Los actores se creen todo, absolutamente todo lo que dicen. Mérito gigante de la puesta. Rosendo Ruiz planifica encuadres y movimientos de cámara para que los actores hagan la suya tranquilos. Nunca el coitus interruptus del montaje. Es asombroso que este estilo en ningún momento se convierta en teatro filmado o registro televisivo. Magia cinematográfica, guión escrito con agudeza y libertad para interpretarlo y rellenarlo. La película ve a sus personajes como semejantes. Esta igualdad de condiciones, esta colectividad artística, logra que un diálogo larguísimo entre Rodrigo Savina y Yohana Pereyra comiendo choripán se sostenga aunque esté filmado con dos tiros básicos de cámara.

Uso una metáfora que me da vergüenza por lo obvia pero igual sirve: ver De Caravana es como salir de caravana. Mientras dura, estás frenético, no sabés qué está pasando y menos con quién estás. Cuando termina, quedás mareado y feliz y te dormís donde sea. Al despertarte, recordás hechos bizarros conectados por la certeza de haberte divertido.

Buscarle moraleja o contenido a una noche de caravana es inútil. La diversión no tiene profundidad ni sentido; no alecciona, es un estado dionisíaco, caos placentero. De Caravana hace de la irresponsabilidad pura destreza fílmica. Un flash ; )