Una brillante comedia enteramente cordobesa
Se estrena en Buenos Aires, y reestrena en Córdoba, donde ya tuvo un éxito natural y dejó buen recuerdo, esta brillante comedia enteramente cordobesa. Técnicos, elenco entero (y formidable), el que no es cordobés ya está naturalizado, como el director Rosendo Ruiz, sanjuanino de origen. Cordobesas también, por supuesto, las locaciones, la picardía, la tonada, la moraleja. De Córdoba capital, para ser más precisos. Y hecha con señalable calidad en todos los órdenes, cabe subrayar.
La historia que cuenta podría ocurrir en otras partes, y se entiende y comparte en cualquier lado (cambiando caravana por joda o parranda), pero solo allí tiene la entera gracia de combinar ciertos elementos con alegría y hacer que ciertos marginales nos caigan simpáticos. Marginales, no marginados, valga la aclaración. Brilla, en ese sentido, un flaco narigueta, rápido dealer filosófico y filoso autodenominado Maxtor, que con una sonrisa maneja sus negocios y el futuro de un tonto que cayó en sus manos, mejor dicho, primero cayó entre las piernas de una morochita y al otro día siguió cayendo sin nadie que lo abaraje pero con tres vivos que lo aprovechan: la morocha, el dealer y un gordo travesti, peluquera de barrio. Pero son gente buena: lo usarán un tiempo como intermediario de sus negocios y después dicen que lo dejarán libre. Si antes no lo revienta el ex de la morocha, un buscapleitos que todavía la anda celando.
¿Cómo zafa de esto un muchacho inteligente pero sin calle? Quizás, aprendiendo a tener calle, a entender la mentalidad de los otros, y el punto en común. El es fotógrafo con pretensiones de triunfar en una galería de arte. El dealer entiende de eso, a su manera él también es un artista. Y va a respetarlo, si le gana de algún modo. Los pícaros aprecian las buenas jugadas de un rival con estilo.
Por ahí va el asunto. No tanto en la posible relación de un joven de Cerro Las Rosas con una atorrantita de General Bustos (algo así como San Isidro y cuatro cuadras antes de Fuerte Apache), sino en el aprendizaje de un pretendido artista de ámbitos cultos con uno que realmente sabe. Entre medio, y para ponerle más picante, pasan otras cosas. En Córdoba la anunciaron como «la película donde secuestran a la Mona Jiménez», y hay algo de eso. También hay un par de relatos muy educativos en boca de quienes menos se espera. Brillante, uno de ellos, un cuento sobre pulgas en un frasco. Y muy bien contado. Los cordobeses son grandes contadores de cuentos, y también grandes cuenteros.