Que no se entere Mamá.
Da la sensación que la última película de Ernesto Aguilar, realizador independiente que estrena con asiduidad, se encuentra a media cocción, básicamente porque no logra en ningún momento comprometer al espectador con la historia que se intenta reflejar en una puesta en escena austera y con muy pocas ideas.
Premisa sencilla y recurrente: tres hermanas reunidas en un caserón para decidir cómo sigue la vida de cada una de ellas tras la muerte de su madre. Ni siquiera el fuera de campo ayuda a generar algún interés por esta madre omnipresente y motivo de conflictos entre Alejandra (Florencia Carreras), Daniela (Florencia Repetto) y Laura (Yanina Romanin) durante su estadía en esa casa que tampoco cobra el protagonismo necesario como personaje no humano, algo que tal vez hubiese significado cierta originalidad ante la propuesta convencional del duelo y las formas de sobrellevarlo.
Ninguna revelación en los excesivos 78 minutos supera la cuota de lo predecible, así como tampoco la unidimensionalidad en los personajes femeninos. Sin embargo, lo que realmente falla en este opus responde a la idea de buscar de manera forzada climas y atmósferas que coquetean con las subjetividades de cada hermana, para no anclar un relato sin sustancia y con poco peso dramático a la densidad del tono realista y encontrar en el despegue de la realidad un universo distinto, y mucho más rico que el anecdótico dominante.
El nuevo opus de Ernesto Aguilar esta vez se estanca en un espacio muy transitado y no logra vuelo entre otras cosas por el poco apego de las actrices con sus personajes.