Intensa y conmovedora historia sobre la lealtad y las convicciones
En 1986, un grupo de ocho monjes trapenses de origen francés fue secuestrado por un grupo fundamentalista islámico que irrumpió en un convento ubicado en una aislada zona montañosa de Argelia. Aquella tragedia conmovió al mundo por la ferocidad del ataque (y del desenlace) hacia unos religiosos que habían sostenido una tarea solidaria y una convivencia ejemplar con la población de la región.
Ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2010 y del César (el Oscar francés) a la mejor película del año, De dioses y hombres opta por narrar de manera tangencial los hechos de violencia para concentrarse, en cambio, en la intimidad (con toda su carga de tensión, sus contradicciones, sus miedos) de ese núcleo humano que se mantiene unido contra todo y a pesar de todo por la devoción, la fe y la vocación.
Puede que cierto sector del público encuentre a este film de Xavier Beauvois (un reconocido actor que ya había hecho algún film más que atendible como el drama policial El pequeño teniente ) demasiado solemne y contemplativo, pero si se le dan el tiempo, la atención y el compromiso necesarios se descubrirá una historia cargada de intensidad y significación.
Este relato austero y riguroso sobre la lealtad y las convicciones que se mantienen en alto -aun cuando muchos puedan percibir como exagerado semejante nivel de (auto)sacrificio- encuentra el tono justo para describir desde la tarea cotidiana (la atención a pacientes, el trabajo en la huerta, la elaboración de miel) hasta pasajes de una épica espiritual sublime como cuando se reúnen a tomar vino y escuchar música clásica ( El lago de los cisnes , de Tchaikovski), como forma de amplificar esa comunión a pesar (o a propósito) del caos y la violencia que los acechan.
Beauvois también acierta al evitar la censura facilista del Islam para cuestionar, en cambio, los efectos del fanatismo religioso (también del colonialismo francés en la zona) y, así, establecer un inteligente diálogo entre el cristianismo y el Islam. Con una puesta en escena impecable (léase los diálogos, el trabajo con el sonido, los encuadres, la iluminación de la fotógrafa Caroline Champetier, la dirección de un elenco de muy virtuosos actores), De dioses y hombres se convierte en una película no sólo inteligente, profunda, lírica y conmovedora (sin golpes bajos), sino también necesaria.