Aquellos olvidados principios éticos
Basada en hechos reales, entre la crónica y el documental, la película abre las puertas de un monasterio donde viven ocho monjes cistercienses, en una zona montañosa de Argelia, en 1996, cuando se desarrolla una guerra civil.
En su país de origen, Francia, De dioses y hombres, tras su presentación en el Festival de Cannes del 2010 donde mereció el "Gran Premio del Jurado", pasó a ser uno de los films más vistos del año; situación que motivó numerosos escritos ya que este film de Xavier Beauvois, realizador un tanto desconocido para nosotros de cuarenta y tres años, se aleja totalmente de las exigencias del cine elitista de hoy, ya que mira particularmente a un espectador que esté dispuesto a asumir una actitud reflexiva ante sí mismo, ante la Historia.
Basada en un hecho real, entre la crónica y el documental, De dioses y hombres abre las puertas de un espacio alejado de la estridencia del ensordecedor ruido de las grandes urbes, el de un monasterio ubicado en una zona montañosa de Argelia, en los meses de 1996. En ese territorio, definido como comarca rural, habitado por lugareños que viven en un estado precario, ocho monjes pertenecientes a la orden de los sacerdotes cistercienses, grupo del catolicismo que data del siglo XI, bajo el lema de "ora et labora", viven sus horas en una continua actitud de entrega hacia los demás, sea en trabajos de subsistencia, mediante el cultivo y la producción de ciertos bienes afines y la atención médica. En un tiempo en el que se enarbola desde diferentes estandartes sólo un concepto de bienestar personal, que enmascara al egoísmo, y que olvida, ignora, hasta excluir al necesitado, la visión de este film se propone como necesaria, y se acerca a nosotros desde pudorosos principios éticos.
Los monjes que habitan este lugar, en el que en su interior se escuchan las prédicas y los cantos, los salmos y los diálogos a media voz, están expuestos a una fuerza de choque de manera continua. Ya que en el escenario social y político, entonces, en esos días de 1996, nos informa que se ha declarado una guerra civil entre sectores del gobierno y grupos de la población islamista. Entre tantas masacres, persecuciones y secuestros, algunos hechos sin haberse resuelto aún, los que tuvieron que vivir estos monjes forman parte de esta cruel y violenta historia.
Pero esta historia sobre este trágico hecho no está narrada de manera habitual, no se apoya en un procedimiento convencional de investigación. Distante de ello, De dioses y hombres elige reflexionar sobre cada uno de los monjes que habitan este lugar, sobre sus silencios, sus temores, sus vacilaciones, sus dudas, ante la situación límite de la realidad, ahora, les impone; realidad que se abre de igual manera a la conducta de cada uno de sus ocho miembros, en sus vidas particulares, en esas historias personales, en sus vidas más allá de las puertas del monasterio.
Un estallido de violencia y de amenazas se comienza a desplegar y a extender ominosamente sobre esa comunidad, alcanzando por igual a todos sus miembros, los monjes y los habitantes de las aldeas. La vida cotidiana sufrirá sobresaltos y las pantallas televisivas se erigen en voceros de un alerta continuo.
En reportaje publicado a la revista "Fotogramas" de enero de este año, y ante la pregunta de su entrevistador, Alex Vicente sobre la posición del realizador ante sus creencias, Xavier Beauvois respondía: "Lo que tengo claro es que creo en la fe, en la prédica, en el hacer de estos monjes. De todas formas esta no es una película sobre la fe, sino sobre el diálogo y la tolerancia. Ni tampoco es un film católico, como he oído".
Son numerosos los dilemas que se irán planteando en el film. En cada nueva situación, en el interior mismo del monasterio, frente a las autoridades, frente a los del ejército clandestino, los interrogantes se irán abriendo hacia el espectador asumiendo una progresiva melodía tensionante que alcanza momentos cúlmines en feroces contrapuntos, como el que tiene lugar cuando vemos volar a los helicópteros militares, mostrando sus alas, haciéndonos llegar sus rugidos, mientras la oración y el canto transforman los espacios del monasterio en un ámbito sagrado y de devoción.
El tono de tragedia se irá elevando de manera silenciosa, sin estridencia, hasta alcanzar, escalar la cima del monte Atlas o bien perderse en la neblinosa espesura de un bosque. En este film que llevó a que Roman Polanski expresara cálidas y reposadas palabras de agradecimiento, Xavier Beauvois instala otro concepto acerca de cómo representar hoy algo que no nos es ajeno, la temática de la violencia; que lamentablemente en su afán de ser espectacularizada se ha transformado en un móvil de atracción hedonista, sin que pueda plantearse ningún tipo de interrogante en la mayor parte de los films que se estrenan semanalmente.
Los hechos que se plantean en De dioses y hombres van más allá de la crónica registrada hace quince años y que hoy define todo un espacio de nuevas investigaciones. La problemática, que fluye en sus silencios y parlamentos, se eleva ya a una cuestión universal, trasciende, cruza fronteras, pero también pide acercarnos.
El realizador despliega una secuencia memorable: la que recrea sobre los rostros de los monjes, sobre sus miradas, sobre sus gestos, sobre los silencios, la emblemática imagen de una última cena.