Contra viento y marea
Posiblemente estemos ante una de las películas religiosas, no diría atea por que sería falsear el texto, más agnósticas que se hayan producido. Esto dicho desde la acepción clásica del agnosticismo como filosofía que plantea a esta corriente de pensamiento como la posibilidad del humano de acceder al entendimiento a partir de lo fenoménico, o sea por lo que algo se pone de manifiesto. Sencillamente el hombre se presenta a través de sus actos.
Del mismo modo que se podría leer aquella otra maravilla del séptimo arte que es “Contra Viento y Marea” (1996) del ahora, y a partir del ultimo festival de Cannes, defenestrado director danés Lars Von Trier. En esta producción la actriz Emily Watson encarna a una esposa que lleva hasta las últimas consecuencias el derecho de sostener lo que cree que debe hacer por amor, ya sea a un hombre o a Dios, aunque ello implique su propio sacrificio.
Ahora viene a mi memoria otra joyita como “El Sacrificio” (1986) del genial Andrei Tarkovski, quien construye un relato de implicancias similares, pero con otro discurso y otra mirada.
El filme que nos convoca narra la historia real, ocurrido en 1986, de un grupo de ocho monjes trapenses internados en un monasterio ubicado en medio de las montañas del Magreb. Primero son testigos de la tragedia provocada por la locura de las guerras religiosas en Argelia entre musulmanes y católicos, para luego al decidir no abandonar el monasterio, por fidelidad a sus ideales y principios, pasar a integrar las victimas y moneda de canje entre ambos grupos en conflicto.
Si bien a primera vista, como dije al principio, podría pensarse en un filme de neto corte religioso, los guionistas y el realizador tienen la sapiencia suficiente para manejar el texto dentro de los parámetros morales y éticos más universales.
Construye a sus personajes desde la tópica de “practica lo que predicas”, y no a partir de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.
Obra multipremiado, con el Cesar a la mejor película francesa del 2010, el Premio del jurado en el festival de Cannes, seleccionada por Francia para competir al Oscar en el rubro Mejor película extranjera, cuenta en su haber el no tener que recurrir a efectos especiales ni a 3D (¡gracias a Dios!), ni a un montaje vertiginosos de cortes abruptos, para atrapar al espectador.
Es muy clara la intención del director de instar al espectador como testigo del transcurrir del tiempo interno de los personajes, como así también del tiempo dentro del espacio por el que ellos circulan, planteando el ritmo constantemente dentro de los movimientos del tiempo en las tomas y no desde el montaje organizado según su propia dramaturgia.
Esto se debe a todas las variables que conforman a una producción cinematográfica: el diseño de producción, la dirección de arte, destacándose en este punto la excelente fotografía, la banda de sonido, tanto en su función empática como la constituida a partir de cantos rituales realizado por los mismos clérigos, funcional a la creación de climas entre sugerentes y de suspenso, muy explícitamente en su corriente narrativa. Esto se percibe, y queda muy claro sobre todo en una secuencia en que uno de los personajes pone música y se escucha un fragmento de “El Lago de los Cisnes”, específicamente “la muerte de la doncella”. Nada es casual y se lo puede pensar como apoyando al ya mencionado excelente guión, en el cual se destacan especialmente los pocos, precisos y equilibrados diálogos.
Esto posiciona al filme como una pequeña obra de arte en su totalidad, como una gran unidad. La imagen misma germina en los planos como preexistencia dentro de cada uno de ellos ya desde la planificación.
Por lo cual el montaje, esto es la forma de pegar la toma de una imagen en continuidad con la otra, sólo cumpliría la misión de coordinar esa planificación de estructura narrativa. Sobre todo en cuanto al trabajo del tiempo, otorgándole al filme una impronta que lo presentifíca como un organismo en evolución, ya que fuera del cine como entretenimiento, o mejor dicho dentro del cine de autor, del cual este es un ejemplo ineludible. El buen montaje cinematográfico implicaría el no perjudicar su relación estructural hacia lo relatado.
Con tonos por momentos de extremada poesía visual sin apelar a metáforas o simbolismos, que en este caso serían totalmente inútiles y/o redundantes.
Pero quien lleva en sus espaldas casi todo el peso de la seducción de los espectadores son las magnificas actuaciones, todas, destacándose, como nos tiene acostumbrados, Michael Lonsdale dando vida a un medico, parte del grupo religioso, quien se hace responsable de la salud de sus vecinos sin ningún tipo de discriminación, y Lambert Wilson que personifica al guía espiritual, responsable de todos sus compañeros, siendo asimismo la cara visible de los religiosos en su relación a los grupos antagónicos en el exterior del convento.
Lo dicho, Xavier Beauvois se toma un poco más de dos horas para contarnos una historia extremadamente humana pero, ¡qué quiere que le diga!, el tiempo en este caso pasa volando o es un tiempo muy bien invertido, elija lo que mejor responde a su visión de la obra, yo no puedo.
(*) Realización de Lars Van Trier de 1996.