De la trascendencia
Son dioses, hijos del Altísimo, sin embargo, morirán como hombres y caerán como príncipes.
Me resultó sorprendente, la primera vez que vi este film, encontrar una obra que, lejos de enfocar desde su aspecto político un problema como la presión y violencia ejercida sobre ocho monjes franceses en plena guerra civil de Argelia, se detuviera específicamente en su aspecto religioso. El cine ha derivado últimamente hacia los temas inmanentes, cuando no banales y superficiales, y el crítico ya está horadado por el cinismo imperante en la actualidad. Por esas razones la aclaración. Estamos ante una película religiosa como pocas, auténtica en su espiritualidad, con un respeto por la vocación, con una creencia en la fe insólitas en estos tiempos en que el cine suele bromear con la iglesia, cuando no la ataca frontalmente.
El film del francés Xavier Beauvois -ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes 2010 y del Cesar a la mejor película, entre muchos otros galardones- retrata una pequeña comunidad de monjes católicos con una reverencia inusitada. Maneja el ritmo con pericia admirable, pautado por el desarrollo de las tareas cotidianas a las que se dedica ese grupo de hombres: la más importante, la atención de los aldeanos por parte de Luc, el médico (el excelente y viejo conocido Michael Lonsdale), la producción de miel, el trabajo en la huerta y en los campos, la cocina, y, marcando el pulso rítmico entre uno y otro episodio, las escenas de cánticos litúrgicos y rezos silenciosos en la capilla. Christian, el líder (Christopher Lambert), tiene a su cargo la coordinación del grupo y la relación con los líderes musulmanes de la aldea que rodea el monasterio, ubicado en lo alto de un cerro de los montes Atlas.
Rodeados de un estallido de violencia (por un lado, un grupo guerrillero invade el monasterio dos veces para pedir auxilio médico y, por otr,o el ejército, conociendo estos hechos, primero les ofrece protección y luego los urge para que vuelvan a Francia), los monjes viven en un estado de amenaza permanente. Si bien la escena de la última cena tiene un enorme impacto emotivo, prefiero como sobresaliente el momento en que un helicóptero sobrevuela el monasterio, ominosamente, mientras los monjes cantan más fervorosamente que nunca, entrelazados, orando por su vida.
Verdadero cuerpo social, esos monjes trapenses debaten el principio de comunidad, discuten sus distintas opiniones, entre irse o permanecer. Quienes temen por su vida serán de a poco convencidos por los otros, los que creen que huir es morir, que su tarea allí no ha terminado, y saben que ellos representan el sostén de la colectividad árabe que los rodea. En esa comunidad hay variados tipos, no falta el que siente flaquear su fe, como Christophe (Olivier Rabourdin), en plena crisis de silencio de Dios, ni el de firmes convicciones, como Luc, factor de decisión y determinación en el grupo. Michael Lonsdale aporta toda su contundencia para un rol consagratorio, si es que aún le hacía falta. Pero en este film coral, todas las actuaciones son extraordinarias. Y la fotografía de Caroline Champetier es tan expresiva en los planos medios de los monjes como cuando toma esas panorámicas del paisaje circundante.
El punto de apoyo de De dioses y hombres es su aspecto religioso, tema al cual no estamos acostumbrados hoy. Los monjes creen en la palabra de Jesús, (“Quien desea conservar su vida la perderá, y quien la pierda, la conservará”). Toda vez que se reúnen en la capilla, los cánticos y rezos están relacionados con el acontecer. Los monjes serán mártires “por amor y fidelidad”.
Es interesante la cita de Pascal en boca de Luc: “Los hombres jamás hacen el mal tan completa y alegremente como cuando lo hacen por convicción religiosa”. Por otra parte, en estos momentos de candente anti islamismo en el mundo occidental, se establece en el film una diferenciación explícita entre el Islam y quienes lo distorsionan.
Aunque por cierto hay elementos de la actualidad, aunque hay referencias claras a la responsabilidad del colonialismo francés en la violencia imperante, aunque se trata de hechos que tuvieron gran repercusión en Francia en los ´90, el film transmite cierta atemporalidad, se presta a la sugerencia de que ese estado de cosas no tiene fecha ni lugar determinado, es universal y permanente. Y que siempre existen almas religiosas como éstas, entregadas a una vida diferente.