En el límite del absurdo
Cómo explicar esas cuestiones que atraviesan la vida espiritual de las personas y que pueden influir en una serie de acontecimientos impredecibles.
“De dioses y hombres” plantea la acción en un escenario vibrante, complejo, por momentos, inasible. Se ubica a principios de la década de los ‘90 del siglo pasado, en las montañas Atlas de Argelia. Está basada en un hecho real. En ese lugar, se alzaba un monasterio de monjes cistercienses franceses, quienes se dedicaban al cultivo de la tierra, la producción de miel, la cría de ganado ovino y brindar asistencia médica a los lugareños. Esa unidad productiva estaba dirigida a mejorar la vida de los habitantes de la zona, cercana a un pueblo. Es decir, que se trata de población rural y semirrural, en un territorio montañoso y aislado de los grandes centros urbanos.
Parece un ámbito donde reina la paz, la armonía, donde no hay prisa ni ruidos. Un ámbito propicio para la vida religiosa y la actividad desinteresada.
Pero... esa imagen se quiebra a poco de comenzar el filme y la violencia irrumpe en los caminos, a merced de terroristas islámicos que empiezan a matar gente indiscriminadamente. Hoy le toca a un grupo de croatas, mañana a un vecino y después, puede ser cualquiera.
Los ocho monjes que están a cargo del monasterio empiezan a sufrir todo tipo de conflictos, porque a pesar de estar en contra de la violencia y de no aceptar la lógica de las armas, cuando éstas hablan es difícil no escuchar.
Comenzarán a recibir presiones y amenazas de los terroristas y el ejército les ofrece protección. Aquí es donde la película del francés Xavier Beauvois concentra el nudo del dilema de los religiosos, quienes aferrados a su fe y a sus votos, rechazan todo sometimiento al discurso armamentista y no aceptan la protección del ejército. A pesar de esa decisión, el miedo empieza a instalarse en su ánimo y todos los días deliberan entre ellos si deben seguir allí o volver a Francia, de modo que, quieran que no, la obra que llevan adelante se ve seria y trágicamente perturbada. Tratan de adaptarse a esta nueva realidad y a pensar en que tal vez los próximos sean ellos. Y esta cuestión los pone en crisis con su fe, con su vocación y hacen denodados esfuerzos por no renunciar a sus creencias y prioridades.
La vida en el monasterio intenta seguir con su rutina de trabajo y asistencia a los enfermos, en su mayoría, mujeres y niños.
Conflicto moral
La cámara de Caroline Champetier se toma su tiempo para escrutar a cada uno de los monjes, desde el prior, hasta el médico cuya propia salud es frágil, desde el más fuerte hasta el más débil. Las dudas, el dolor, la tensión se contrarrestan con mutuo apoyo en los momentos difíciles, cánticos y oración.
La llegada del invierno y las intensas nevadas ponen una cuota más de desolación y angustia a un paisaje ya diezmado por la violencia solapada que acecha en cualquier recodo del camino.
Y como era de esperar, ni la fe, ni la inquebrantable voluntad de seguir pese a todo, ni la vocación irrenunciable por la paz salvará a estos monjes de las garras del terrorismo local.
Beauvois no pone tanto el acento en los motivos políticos, étnicos o religiosos que podrían explicar la violencia, sino en el conflicto moral en el que se ven sumergidos los cistercienses y cómo, en circunstancias tan desfavorables, ellos entienden que deben seguir siendo fieles a sus votos.
El tono denso y dramático que tiene el relato no permite ni un momento de relajación, no obstante, aun con su crudeza y realismo, no deja de soslayar un poco el absurdo. El absurdo de preguntarse qué sentido tiene lo que uno hace, lo que uno cree, lo que uno piensa, en un mundo no receptivo. Qué sentido tiene jugarse la vida de esa manera.
Las preguntas quedan flotando en la bruma que se lleva a los personajes en la secuencia final. Y las respuestas se irán con ellos.