Del dogma a la praxis
Dijo el filósofo José Ortega y Gasset en su Ensayo Romano que religioso es aquel hombre que cree en algo cuando ese algo es incuestionable realidad. El religioso es el hombre escrupuloso en el sentido amplio de la palabra porque es prudente en oposición al negligente, quien vive en el descuido, en el desentendimiento y en definitiva en el abandono.
Con ese concepto entonces viene arraigado otro más profundo como el de la fe, que va más allá de una simple creencia sino que forma parte de una convicción espiritual e individual hacia lo que se cree. Esa fe impone -por decirlo de alguna manera- un máximo sacrificio que en diversas circunstancias conlleva dilemas éticos ante cualquier situación límite. Quien profesa una religión –sea cual sea- atraviesa en algún momento una serie de tribulaciones arrastradas por dudas que contrastan invariablemente con la realidad más pura.
De eso y de cómo se mantiene el valor de la fe se nutre el film De Dioses y hombres, galardonado por el gran premio del jurado en el festival de Cannes, cuyo director y -también guionista- Xavier Beauvois construyó la historia en base a un hecho verídico.
Los protagonistas del relato son un grupo de ocho monjes cistercienses instalados en un monasterio en la conflictiva zona del Magreb. Su misión es brindar todo tipo de ayuda espiritual y también médica a la comunidad musulmana, rehén de la lucha entre los extremistas y el ejército perteneciente a un gobierno corrupto. Sin embargo, últimamente el avance del terrorismo en la zona desata una ola de matanzas donde uno de los principales objetivos son los extranjeros y por ello la amenaza latente de caer en manos enemigas es más factible.
Pero la fe late con mayor fuerza y pese a las constantes provocaciones y peligros concretos -cuando los terroristas llegan al monasterio para abastecerse de medicamentos- se va afianzando en el grupo que también transita por una serie de tribulaciones y dilemas para definir su situación en el lugar. El miedo de quedarse a merced del terrorismo lucha en el terreno de la más absoluta especulación con el deber y la obediencia hacia una causa mayor, amparada en valores superiores, aunque eso signifique -más allá del renunciamiento a todo lazo afectivo- perder la vida.
En ese umbral ético se ancla esta película siguiendo minuciosamente las motivaciones individuales; las profundas crisis existenciales de sus personajes, encabezados por el hermano Cristiane (Lambert Wilson) junto a sus fieles colegas.
Entre rituales, salmos y rezos aparecen los hombres con sus flaquezas y voluntades en juego, que la cámara de Xavier Beauvois acompaña en su intimidad en los interiores del monasterio o en sus momentos de silencio en actitud contemplativa.
Con un admirable respeto de sus personajes sin caer en maniqueísmos ni sobredimensionamientos, el realizador francés logra un film altamente emotivo que logra despojarse de su costado ecuménico para transformarse en un manifiesto en favor de la voluntad y en un reflexivo llamado para quienes consideran a la religión como un dogma y no una praxis.