Ultimos días de las víctimas
Rodado casi íntegramente dentro de un auto (y, más aún, desde el punto de vista de quienes viajan en los asientos traseros), este primer largometraje de la joven directora chilena Dominga Sotomayor premiado en numerosos festivales (Rotterdam, Valdivia, BAFICI, IndieLisboa) es bastante más que un tour-de-force técnico o un virtuoso ejercicio de estilo que sirva como carta de presentación.
Un matrimonio está a punto de divorciarse y decide hacer el último viaje (hacia el norte chileno) con sus hijos. Los chicos quieren ir a la playa y se quejan, los padres tratan de ocultar el malestar que sienten y la ansiedad por definir sus nuevos rumbos personales. Allí está concentrada la tensión, sobre esas contradicciones se crean las atmósferas de esta llamativamente madura, rigurosa y sólida ópera prima.
Con estructura de road-movie (pero concentrada en vez de abierta a los paisajes), Sotomayor narra con gran sensibilidad, destreza y logrados climas melancólicos aquello que los chicos/víctimas intuyen (es poco lo que ven de lo que ocurre en la parte delantera del coche) y sienten frente a esa experiencia previa a la ya inevitable disgregación del núcleo familiar. Melancólica, amarga y, en varios pasajes, fascinante.