Paisajes y desiertos
La directora chilena Dominga Sotomayor fue una de las invitadas para integrar el jurado de este último BAFICI y su ópera prima fue una de las películas que pudo verse en la edición del año pasado del mismo festival, cosechando muy buenas críticas tanto del público como de críticos por su original propuesta que desde el título De jueves a domingo propone un contacto íntimo como espectador tanto con el tiempo como con el espacio.
Lo espacial debe dividirse entre el interior de un auto durante todo el trayecto de un largo viaje y lo que pasa en el exterior, en el que una familia atraviesa de distintas maneras -y muy sutiles por cierto- la disgregación y en un terreno más metafórico la muerte como estructura nuclear al quedar sus miembros dispersos y con vínculos que paulatinamente pierden consistencia, aunque nunca se destruyen los roles entre padres e hijos. Dos paisajes que se entrelazan en el relato como el que representa la intimidad de esta familia y aquel que se observa detrás de las ventanas y que muchas veces pasa desapercibido a los ojos del público.
En otro aspecto puramente cinematográfico debe reconocerse la audacia de esta joven realizadora en plantear desde el punto de vista de una niña de diez años, Lucía (Santi Ahumada), un universo fragmentado y rico en detalles, a quien llegan las impresiones de la disolución de la pareja de sus padres, Ana (Paola Giannini) y Fernando (Francisco Pérez-Bannen), sin enormes estallidos o conflictos matrimoniales, para terminar de armar el complejo entramado de relaciones y pérdidas progresivas: la inocencia, la idealización de la figura paterna, el tránsito hacia la madurez desde la pre adolescencia.
Por otra parte, cierra el cuadro el hermano menor de la protagonista, Manuel (Emiliano Freifeld), quien desde su presencia infantil y de su constante aburrimiento aporta otra interferencia que desde la distancia de la cámara, no tanto cuando el encuadre se encierra junto a sus personajes, desvía al relato hacia otro tipo de devenir que aquel que sucede en la estructura de road movie, respetada de cierta manera desde la estructura narrativa.
La otra metáfora que ronda en De jueves a domingo es la de la fragilidad por un lado de la familia; de un viaje hacia algún lugar con el desierto como testigo de la travesía y por otro de esos accidentes que nunca llegan a concretarse pero que sumen a este grupo en un estado de alerta y riesgo permanente, que se sintetiza en la imagen que a la propia Dominga Sotomayor, según sus palabras, le disparó la película: dos niños atados con sogas al techo de un auto, a la deriva pero felices por esa libertad robada al viento en la ruta de la vida.