Vigilar y castigar
El protagonista de esta ópera prima del reconocido asistente de dirección y operador de steadycam Gustavo Triviño tiene unos cuantos puntos en común con el de la notable película uruguaya Gigante, de Adrián Biniez. Juan Benitez (Pablo Pinto) también es un "urso" bonachón, de esos que aguantan puteadas, malos tratos, abusos degradantes y miradas prejuiciosas sin apelar a la enorme fuerza que poseen (hasta que...).
Mientras soporta su rutina en una fábrica textil, las horas extras como patovica en fiestas conchetas (donde también es objeto de no pocas burlas) y los constantes reclamos de sus seres queridos, sueña con juntar el dinero necesario para abrir un gimnasio propio (es un apasionado por el trabajo corporal con aparatos).
En medio de la dinámica barrial del relato nuestro antihéroe es testigo de la violación de una atractiva y simpática joven que atendía un quiosco de la zona y coqueteaba con él, pero -en vez de denunciar el hecho- decide chantajear al culpable (un “villano” interpretado por Alejandro Awada). Allí arranca el costado moral del relato, que resulta bastante más polémico y discutible que su formidable primera mitad (la presentación del personaje y su universo).
De todas maneras, más allá de la lógica discusión que generará en el terreno extra cinematográfico (hay algo clínico y bastante acrítico en la mirada), esta carta de presentación de Triviño lo muestra como un narrador de gran solidez y con múltiples recursos. Habrá que estar muy atento, por lo tanto, a su promisoria carrera como realizador.