La película de Triviño comienza con un acertada pintura de personajes porteños, hecha de detalles y pequeñas miserias, generando interés al ir revelando la rutina de su protagonista (un hombre de físico temerario pero carácter pacífico), pero su problema es que pretende denunciar los abusos sexuales en Argentina no desde la mirada de una mujer violada sino desde la de un hombre que es testigo pasivo de una violación. Incluye, asimismo, una innecesaria escena de violencia imaginada y cae en el facilismo de poner como violador a un personaje de buena posición económica, a quien el humilde protagonista termina extorsionando (¿qué hubiera pasado si hubiera sido un amigo suyo o alguien de su misma extracción social?). Otra vez en el cine argentino una película con personajes fascinados por el dinero y convencidos de que manejarse por fuera de la Justicia no sólo no tiene nada de malo, sino que, además, es una muestra de astucia.