Contradicciones peligrosas
De martes a martes sigue el derrotero de un hombre joven -buen esposo y mejor padre-, que trabaja en un taller de costura, hace changas como patovica en fiestas privadas, y todos los días se ejercita en el gimnasio. Un cuerpo que impone respeto pero que todos parecen ignorar salvo para menospreciar y humillar a su poseedor. Benítez hace de sus silencios y parquedad una puerta abierta al maltrato y al sometimiento. Hasta el momento en que un hecho delictivo y moralmente repudiable genera un quiebre en la actitud del protagonista motivado por hacer realidad sus deseos. Giro que no sólo hace trastabillar el verosímil sino que expone los agujeros del guión, la inconsistencia de los personajes y la manipulación como procedimiento elegido para pasar información.
Más allá de las licencias (conseguir por Internet una dirección a través de la patente de un auto), de las contradicciones (llamar indistintamente a un celular y a un conmutador sin razón evidente), de las elecciones (forzar la aparición de personajes para deducir el pasado no comunicado de otros; la estereotipación de las clase sociales, el uso del azar como motor de la acción), de las explícitas señales anticipatorias y de algunas remarcadas actuaciones, las buenas intenciones del film -que se sellan con los carteles finales-, no alcanzan para pretender exponer la ambigüedad de un antihéroe cuestionable ni para que el espectador atento no vea asomar un discurso que, marchando por los márgenes de la ética, termina desbarrancándose en puro paternalismo bien pensante y peligroso.
NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.