Las formas del abuso
El drama De martes a martes, opera prima de Gustavo Triviño, hace eje en distintas formas del sometimiento. Su protagonista, Juan Benítez, un gigantón buenazo (notable actuación del debutante Pablo Pinto), carga mucho más peso que el que levanta haciendo fierros cada día en el gimnasio. Trabaja en un taller textil, bajo la órdenes de un jefe psicópata (Daniel Valenzuela) que lo compara con Hulk. Y, por las noches, se gana un extra como patovica en fiestas privadas, en las que es humillado por chicos de familia bien. Hasta su esposa, que parece una buena mujer, se pone un poco irónica cuando él le pasa lo que ella llama “el sueldito”.
Durante la primera mitad de la película, notable en su puesta, en sus actuaciones y en su narración -parca, como el protagonista, pero fluida-, Triviño va acumulando una muda tensión dentro del personaje de Juan, que Pinto logra definir con su mirada: una combinación de bondad, agobio, resignación y tal vez odio. En esta construcción de un personaje solitario, callado y mecánico, aplastado por la rutina, De martes a martes tiene mucho en común con Gigante, de Adrián Biniez, y también -aunque en menor grado- con el El custodio, de Rodrigo Moreno. Nadie diría que Triviño, operador de steadycam, impecable en el manejo técnico, es un realizador debutante.
Las actuaciones también son sólidas. A las mencionadas, de Pinto y Valenzuela, hay que agregar la de Jorge Sesán, como un compañero de fábrica que vende celulares de origen non sancto (casi un homenaje a aquel chico que fue en Pizza, birra, faso); la de Roly Serrano, vendedor, versero, de aparatos para gimnasios (Juan sueña con zafar poniendo uno); la de Malena Sánchez, como una simpática kiosquera, que parece naif pero cargará con la escena más cruda, y la de Alejandro Awada, quien, tan lacónico como el protagonista, transmite una repulsión casi ofídica, lo que, aclaremos por las dudas, es un elogio.
No contaremos demasiado de la segunda parte, propicia para la polémica en torno de la actitud del protagonista ante un hecho atroz que lo saca del letargo. Diremos, apenas, que De martes a martes se va transformando en una suerte de thriller sin balas, en medio de un entramado social basado en el abuso, con un crescendo de tensión, real y psicológica. Y que las acciones e inacciones de Juan, abordadas desde el punto de vista de él, no serán juzgadas por el realizador, como corresponde. Más discutible es cierto intento final de redención, cierta caída en el maniqueísmo, cierto rulo innecesario en la resolución. Desnivel que no alcanza a nublar los méritos generales de la película.