Un cine hecho de voces bajas
La protagonista, interpretada por la misma directora, se pregunta por el sentido de la maternidad y cree estar padeciendo “un puerperio tardío”.
De nuevo otra vez, premiada en la última edición del Festival de Rotterdam, es la ópera prima de Romina Paula, que es actriz, dramaturga, directora de teatro, escritora y de ahora en más, cabe esperar, directora de cine. Como el de otra multiartista, Lola Arias, que lo hizo el año pasado con Teatro de guerra, el debut de Paula (ése es su apellido real) trae al cine argentino una voz nueva, fuerte y definida. Aunque no tan fuerte, en verdad, ya que a juzgar por De nuevo otra vez (título bello, que da a pensar en una hiperrepetición que no es tal) el de Paula es un cine hecho de voces bajas, emociones quedas y dudas y ambigüedades vitales. A diferencia del experimentalismo de Lola Arias en Teatro de guerra, al cine de Paula se lo ve, tal como su literatura, confiado en una narrativa límpida y sencilla, cruzada de preguntas existenciales (con perdón por esta palabra, que suena tan grande), surgidas de la propia experiencia.
Como para que eso último quede claro, la protagonista, interpretada por la propia realizadora, se llama Romina. Llegando a los 40 años (edad que la realizadora acaba de alcanzar), Romina, que da clases de alemán, se pregunta si será cierta la crisis que se le atribuye a esa edad. Por de pronto se tomó un recreo de la relación con su marido (Esteban Bigliardi, que aparece recién en la última escena), dejándolo en las sierras de Córdoba, donde viven, y se vino por un tiempo a casa de su mamá alemana (Mónica Rank, notable actriz “espontánea”) con su hijo de tres años, Ramón (Ramón Cohen). Espoleada tal vez por el reencuentro con la madre, Romina repasa la historia de su familia de origen alemán, desde el momento en que pusieron pie en Argentina. Lo hace en unos soliloquios en off ilustrados con diapositivas de la familia de la realizadora, que hacen pensar a De nuevo otra vez como una posible biografía solapada. Esos fragmentos representan, por otra parte, el único quiebre representativo del relato, posible deuda para con la inclusión de materiales heterogéneos que Manuel Puig, objeto de admiración de la autora, hacía en sus novelas.
Con deseos de recuperar tal vez cierto aventurerismo sexual dejado atrás, Romina intentará “tirársele” a un alumno bastante menor (Pablo Sigal, excelente), con una mezcla muy simpática de cortedad y torpeza. Y aceptará con gusto el beso que le da la hermana de una amiga (Denise Groesman). Si la película no es experimental, su protagonista lo es, dados sus deseos de experimentar. Romina se pregunta por el sentido de la maternidad, la absorbente relación madre-hijo, cree estar padeciendo “un puerperio tardío”. Se toma un tiempo que desde hace rato no se tomaba. Sin embargo, por muy agitadas que estén las aguas internas, una corriente de aceptación de lo real atraviesa a todos los personajes. Mientras se plantea sus dudas maternas Romina se sigue cargo de Ramón, sin vivir eso como un peso. La oma está chocha de la vida con el chico. Y el novio de Romina trata de entender de a dos la relación entre ambos.
Hay algo así como una racionalidad de los sentimientos en De nuevo otra vez. Esto es la idea de que los sentimientos, por más confusos y turbulentos que sean, se pueden analizar y comprender. Se deben comprender, daría la sensación, como en un contrato personal y convivencial. El tono de la película es amable, fluido y llano, en concordancia con el modo en que los personajes tratan sus incógnitas (hay por allí una amiga de Romi, interpretada por Mariana Chaud, que funciona como una segunda cabeza para ella). La puesta en escena, lo mismo, con predominio de planos medios y americanos, que son los de la intimidad compartida en cine. Los mencionados apartes en primera persona funcionan más como complementos que como quiebres estéticos. Tal vez el que más se parezca a esto último, en tanto representa una ruptura con el modo de representación predominante, es uno en el que el personaje de Denise Groesman desarrolla un breve monólogo sobre lo que llama “la revolución de las hijas”, concepto puesto a rodar por la periodista del suplemento Las 12 Luciana Peker, quien tituló así su último libro.