Hay un enrarecimiento particular en la experiencia de ser familia o padres/madres en esta época que se debe quizás, aunque todavía no lo tengamos demasiado claro, al hecho de ser una generación que creció con un fuerte desengaño de lo familiar, tantas veces con progenitores separadxs, u observando cómo seguían juntos pero solo para horadarse lentamente hasta que ya no quedó más tiempo. Para las chicas, en ese sentido, la maternidad era el horror, aquello de lo que había que escapar porque nos convertiría, sin remedio, en mujeres. Por eso si hablamos de mandatos el tema es más complejo, ¿cuántas tuvimos que saltar por encima de un prejuicio demasiado intenso para acceder al deseo de maternar? La protagonista de De nuevo otra vez, primera película de la escritora, dramaturga y actriz Romina Paula parece representar un poco esta experiencia, que es generacional. Y por eso la película en la que despliega una exploración de lo familiar y la maternidad, en pasado y presente, tiene la particularidad de contrastar aquello que sí era, sin lugar a dudas, una familia –y que también conforma el prototipo de familia que circula socialmente– con ese otro conjunto de vínculos más flexibles y tentativos, más inciertos, y que probablemente no tiene nombre. Un ejemplo: en un momento le preguntan a Romina, protagonista y directora a la vez, si su hijo tiene papá. “Sí, tiene un papá, es mi novio”, contesta, y con razón, porque seguramente lo que ella tiene no es un marido.
De hecho esta protagonista, una mujer que está cerca de los cuarenta años, llega a la casa de su madre en Buenos Aires en una visita, junto a su hijo de tres años, que tiene también algo de fuga: las cosas no andan bien con este novio (Esteban Bigliardi), y alejarse parece una buena idea. En Buenos Aires Romina conversa ampliamente con la madre, en una lengua a medias entre el alemán y el español en la que fue criada, piensa en empezar a trabajar y ensaya, con una actitud casi performática, algunas cosas que quedaron atrás junto con la juventud. Una de las dimensiones de De nuevo otra vez es este presente en el que la posibilidad de una separación y de un nuevo comienzo se vive más con curiosidad que como tragedia; la otra es la mirada sobre el pasado y el futuro, que se vale de una batería de ideas visuales potentes, sintéticas y con cierta carga lúdica, como cuando la protagonista se disfraza de la señora que imagina que pronto será, o cuando los personajes de la película posan frente a las proyecciones de las fotos de la infancia. Romina Paula mira el archivo familiar –diapositivas de los setenta/ochenta, la memoria de una generación entera– con dos impulsos distintos: uno, el de contar la historia familiar, una de inmigrantes y desarraigos. Otro, para mirar a esas personas en tanto familia, gente común, fotografiada alrededor de la mesa o al lado de un auto, en imágenes y poses que se replican en tantas otras fotos para construir en el conjunto, precisamente “lo familiar”. Lo que la voz que comenta las fotos recuerda de la infancia es nada menos que el rechazo, y una promesa que imagino muchos nos hicimos: juro que yo no voy a ser así. Jamás. Se trataba sin dudas de una promesa noble, porque había todo por cuestionar en esos modelos familiares, pero las décadas pasaron y muchxs de nosotrxs nos encontramos criando niñxs con otras personas y casi sin saber cómo habíamos llegado a eso que se parecía peligrosamente a una familia. ¿Se puede estar en pareja y criar un hijx juntxs sin resultar absorbidxs por los patrones que adquirimos en la infancia? ¿Hay margen todavía para convertirse en otra cosa? ¿Y qué papel juega el afecto en todo esto? Éstas son algunas de las cuestiones que se plantea De nuevo otra vez desde coordenadas inmejorables: con consciencia de estar dialogando con un movimiento que es de muchas pero la firme intención de encontrar una manera propia de decir, sin épica, sin heroísmo, con un aire de ligereza aprendido de las mejores películas de Matías Piñeiro y Alejo Moguillansky, y la sabiduría de complementar las preguntas con aquellos fragmentos valiosos de vida que solo las imágenes registran.