Apenas comienza, De repente el paraíso muestra un muro graffiteado con una reproducción de Handala. Con este único plano, Elia Suleiman consigue tres cosas: llevarnos directo a su tierra natal, adelantar uno de los temas centrales de su nueva película, invitarnos a imaginar una encarnación madura del niño que Naji al-Ali dibujó a fines de los años ’60 y que se convirtió en símbolo de la paciencia y resistencia palestinas.
A priori Suleiman encarna una versión de sí mismo en este largometraje que ganó el premio FIPRESCI y una mención especial en la 72ª edición del Festival de Cannes. Sin embargo, la conducta de mero espectador, callado, las manos tomadas detrás de la espalda, parecen anunciar un Handala adulto que contempla las facetas local y globalizada de nuestro presente.
Por si el graffiti observado no alcanzara para sostener esta hipótesis, vale llamar la atención sobre la foto devenida en afiche. En esta imagen con el mar de fondo, el alter ego de Elia nos da la espalda como el nene silente que a mediados de los años ’80 saltó de las viñetas a los muros de Gaza y Cisjordania.
Elia después de… … Handala.
El fotograma excepcional constituye el último eslabón entre el Handala original y un posible Handala entrado en años que muestra, no sólo aquéllo que ve, sino su propio rostro mientras mira. Décadas atrás, Naji al-Ali dijo de su personaje que «sólo crecerá cuando retorne a Palestina»; curiosamente este regreso está contemplado –y narrado– en el viaje que el Suleiman de celuloide emprende de Nazaret a París y de la capital francesa a Nueva York.
Como Naji al-Ali, el cineasta aborda el «problema palestino» como el problema que las potencias occidentales, Israel e incluso algunos países árabes tienen con Palestina. A diferencia del dibujante asesinado en Londres, el también director de El tiempo que queda e Intervención divina prefiere explotar el humor absurdo que remite a la obra de Buster Keaton y Jacques Tati.
A no confundir este estilo con una aproximación naïve. Suleiman es certero a la hora de describir una sociedad cada vez más individualista, superficial, y a la vez sometida a la vigilancia, a la militarización, a la deshumanización.
De repente el paraíso es un exponente del cine que sabe explotar la capacidad alegórica de lo visual, y que por lo tanto no necesita decir, mucho menos pontificar o subrayar. Se trata además de una película escrita y dirigida con lucidez, sensibilidad y criterio estético, poético, incluso coreográfico.
En su hermoso film, Suleiman expresa amor profundo por la Matria palestina (el uso de este sustantivo no es caprichoso) y por quien mejor la acompaña: el siempre vigente –y vaya que también quisieron invisibilizarlo– Handala.