Elia Suleiman estrena su nuevo film, De repente, el paraíso, una excelente observación de los contrastes culturales y sociales en tres países, aparentemente opuestos. Llena de ideas y humor, desborda creatividad y cinefilia.
El conflicto palestino-israelí es el punto de partida de la nueva película de Elia Suleiman (El tiempo que queda), guionista, actor y director que, a partir de un humor que remite a los grandes comediantes del cine mudo, se propone reflexionar sobre el estado del mundo, los prejuicios religiosos y la paranoia policial-militar.
Suleiman se interpreta a sí mismo contemplando diferentes viñetas sociales que simbolizan la ocupación israelí en territorio palestino. Las situaciones parten de la convivencia cotidiana (el conflicto con un vecino por un limonero) hasta llegar a la persecución militar a civiles.
La segunda parte del film refleja las experiencias del protagonista en París. Los contrastes con la sociedad y cultura palestinas, especialmente con la vestimenta de las mujeres, son expuestas sin subrayados, con sutileza y humor. Las viñetas tienen una base realista, que deriva a situaciones absurdas y fantásticas, que se proponen satirizar la forma en que el sistema discrimina a los marginados e inmigrantes.
El tercer segmento sucede en Nueva York. Suleiman es testigo de la diversidad racial y cultural cosmopolita, y se burla de la política armamentista estadounidense. Cada escena es una demostración de creatividad e ideas.
El director es un perfeccionista del lenguaje cinematográfico. Cada plano tiene una simetría perfecta en su concepción visual. Cada intérprete se mueve en forma coreográfica. El espacio se vuelve un protagonista esencial de cada secuencia. La relación objeto-fondo forma parte del efecto humorístico que propone el director, a nivel estético y moralizador. Sin discursos ni redundancias.
Suleiman es un actor completamente expresivo, sucesor de Tati o Keaton. La influencia de la comedia muda es palpable a través del homenaje a los Keystone Cops, de Mack Sennett. El humor se concibe para ridiculizar la ineptitud policial y los contrastes tecnológicos para trasladarse. El protagonista exhibe estas situaciones expresando mínimamente una respuesta. Apenas moviendo la boca, a través de sus cejas o abriendo un poco los ojos. El miedo, el asombro, la bronca se expresan sin diálogos, totalmente desde el gesto.
El resto de personajes secundarios (entre los que se encuentra Gael García Bernal en una especie de cameo) dialogan en diversos idiomas, pero el mensaje de injusticia e hipocresía es el mismo. La excusa narrativa del viaje del protagonista es intentar vender una película palestina política, pero que no exhibe la geografía regional de la manera que buscan los productores internacionales a la hora de vender el “conflicto” en cuestión.
Es una inteligente forma de exhibir las adversidades que tiene Suleiman para vender sus obras y conseguir financiación. Es una mirada metacinematográfica y completamente autoconsciente de la película que se filma al mismo tiempo que se narra. Los ojos de Suleiman son los ojos del espectador, la cámara y el punto de vista del realizador, a la vez.
Aun cuando nunca deja de ser sutil, el humor es efectivo. La elección de los encuadres, especialmente los planos generales, se justifican por la generación de gags cargados de slapticks. Fundamental es el contraste con los primeros planos del realizador que es testigo de estas ridículas situaciones. La fotografía es perfecta cómplice en este aspecto. Cada encuadre es equilibrado.
Para destacar, la secuencia con el pájaro (un original homenaje a un clásico gag de Jerry Lewis), la persecución del ángel por Champs Elysées y la absurda escena en una esquina neoyorquina donde cada extra cumple una función destacada en la visión crítica de Suleiman. También es un retrato transgeneracional y multiétnico que propone una reflexión sobre la juventud y la relación del mundo con la tecnología.
De repente, el paraíso es una sorpresa minuto a minuto. Un tributo a la comedia clásica y un elegante e ingenioso discurso de un conflicto que parece no tener fin, y para el que Suleiman propone una solución pacífica a través del humor y el arte.
De repente, el paraíso es un verdadero tesoro dentro de la cartelera. Una lección de puesta en escena y cine político, sin bajada de línea. Inteligente y bellamente interpretada por el propio director, es una acumulación de ideas precisamente ejecutadas, con mirada íntima, personal y autoral.