Elia Suleiman es un director desconocido fuera del ámbito de los festivales, esto no es ni bueno ni malo, es el lugar que ocupa. Incluso la presencia de Gael García Bernal en esta película muestra la pertenencia a ese mundo endogámico de un cine que apenas se asoma en las salas comerciales. Pero Suleiman, aun en películas pequeñas como esta, merece ser tomado en cuenta.
Su mirada de Medio Oriente acá se vuelve un poco más abarcadora y llega a Paris y Nueva York. Observador asombrado y silencioso, Suleiman hereda mucho de Jacques Tati, no solo por el elemento de ser testigo de un mundo absurdo, sino por las ideas de puesta en escena. Las bajadas de línea nunca son excesivas, aunque algún tropezón obvio hay en el camino.
La película fluctúa entre momentos muy inspirados y situaciones obvias y bastante pueriles. El estilo del director lo lleva por momentos a jugar al límite y es natural que a veces falle. De repente, el paraíso no es ni una obra genial ni nada que se le parezca. Es un retrato cómico dramático sobre el absurdo mundo que nos rodea, con especial énfasis en criticar países idealizados, mientras pasa por alto los puntos más oscuros de oriente medio.