"Valores familiares"
Llega lo nuevo del director japonés Hirokazy Koreeda, famoso por explorar la trama psicológica de las relaciones humanas. En esta película seguimos a Ryota, el patriarca de una familia de clase alta obsesionado con el trabajo y el cumplimiento de metas. Este arquitecto ve su vida dar un vuelco cuando le informan que su hijo de seis años, Keita, no es en verdad su hijo biológico ya que por un error, el hospital les entregó a otro bebé.
Este desafortunado hecho abre la puerta a una serie de interrogantes. Luego de conocer a la familia que crió a su hijo biológico, una familia que no podría ser más diferente a la suya, comienzan las preguntas. ¿Tendrán que intercambiarlos y quedarse cada uno con su hijo biológico? ¿Se puede fingir que esos seis años de crianza jamás ocurrieron? ¿Se puede ignorar todo aún sabiendo que hay un hijo nuestro en algún lado? Pero fundamentalmente, ¿qué nos convierte en padres e hijos? ¿Lo biológico o lo adquirido?
Todas estas preguntas intentarán ser contestadas por los miembros de las diferentes familias. Ryota, nuestro protagonista, encuentra una verdadera dificultad por primera vez en su vida. Le abruma la devoción de su esposa al hijo que crió aún sabiendo que no es el que dio a luz. Le molesta admitir el amor con que la otra familia crió a su hijo biológico. Él empieza a preguntarse si ha sido buen padre, y la película acaba siendo un viaje de redención.
La historia es un poco lenta pero no resulta contraproducente, ya que así podemos conectar emocionalmente con las familias. Es un relato triste donde cualquiera, padre o hijo, puede sentirse identificado y del cual parece no haber salida fácil. La interpretación de Masaharu Fukuyama le imprime una fuerte carga emocional al personaje de Ryota, un hombre estricto y adicto al trabajo con metas altísimas que nadie puede satisfacer. Al mismo tiempo, ama a su familia y trata de hacer lo mejor desde su criterio. Igual que todos, no hay una dicotomía de bueno y malo, cada uno hace lo mejor que puede.
Aunque es un personaje delicioso de ver, quizá está errado el hecho de sobreexponerlo en perjuicio de los demás. La historia falla en relatar ambos puntos de vista, prefiriendo una de las dos familias como protagonista. Si estos hubieran estado equilibrados, el impacto emocional hubiera sido mayor. A medida que avanza la trama vemos más de Ryota cada vez más perdido y menos del resto. Midori, su esposa, aparece de a momentos irreverente y de a momentos muy sumisa. Nos quedamos con las ganas de saber más de ella, que empieza sintiéndose culpable e incluso considerando huir pero no lo hace, dos hilos que no se retoman.
Por otro lado, tampoco se hace demasiado hincapié en los dos niños, Keita y Ryusei, a quienes tienen en una total oscuridad la mayor parte del tiempo. Cuando deciden decirles una verdad a medias ninguno de los dos se lo toma demasiado bien. ¿Tan poco importa lo que quieren los niños? ¿No es su vida sobre la que están decidiendo al fin y al cabo? Sólo al final se explora un poco más qué opinan ellos, y deja con gusto a poco que sus emociones queden en el más relegado segundo plano.
Una historia cruda y triste, emotiva y con buenas interpretaciones. Falta profundizar en los demás personajes para completar el cuadro de situación de ambas familias. De todos modos tan grande fue su éxito cuando se estrenó en Japón en noviembre que superó a películas como “El Abogado del Crimen” y “Frozen”. Y como a toda película extranjera que le va muy bien, ya tiene rumores de una posible remake para la cual estaría interesado Steven Spielberg.
Agustina Tajtelbaum