Ojos sensibles para una mirada impecable
En 2013, la Palma de Oro del Festival de Cannes se la llevó La vida de Adele, pero el presidente del jurado, Steven Spielberg, tenía su propia favorita: De tal padre, tal hijo, del japonés Hirokazu Kore-eda. La insistencia de Spielberg decantó, de todos modos, en un galardón importante -el Premio Especial del Jurado- y su entusiasmo quedó definitivamente reafirmado cuando compró los derechos para hacer una remake de esta película en Hollywood.
Lo que despertó el interés del famoso director de E.T., el extraterrestre y El imperio del sol, películas en las que la niñez está plenamente en foco, es justamente la sensibilidad con la cual Kore-eda aborda el tema. Pero no son sólo los niños los que están en el centro de la historia del film de este talentoso director del que ya hemos visto en la Argentina películas como After Life, Nadie sabe y Un día en familia. También son muy importantes los padres, en este caso, dos matrimonios que reciben una inesperada e impactante noticia ya en el arranque de la historia. El que peor se toma el asunto es Ryota, un hombre de buen pasar económico, convicciones muy arraigadas y enormes expectativas depositadas únicamente en un niño de seis años que, se enterará de repente, no es suyo. Alguien hizo un malicioso intercambio de bebes en el hospital donde nacieron su verdadero hijo y el que crió bajo estrictas normas hasta ese momento. Kore-eda usa ese inquietante punto de partida para exhibir la rigidez del patriarcado en la sociedad japonesa y lanzar a Ryota a una especie de viaje de iniciación tardío en el que aprenderá unas cuantas cosas a los tumbos. Hay una inclinación excesivamente remarcada por establecer distinciones de acuerdo con la pertenencia de clase: Ryota es agresivo y no titubea en tratar de imponer una solución al problema en función del poder que le confiere su estatus social. El otro papá, Yudai, en cambio, es un modesto comerciante que tiene con todos sus hijos una relación más relajada, lúdica. Su glotonería y su compulsión para obtener ridículas ventajas de una situación a todas luces dramática no impiden una identificación inmediata con él: es un tarambana absolutamente querible. Entre las mujeres hay menos distancia: las dos harán lo posible para resolver la difícil situación de la manera menos traumática para los niños. Además de ser un notable director de actores (incluidos los niños, que están impecables), Kore-eda es un cineasta atento al detalle. Así lo certifican la escena en la que la calidad de dos cámaras fotográficas utilizadas para un mismo retrato simboliza con precisión la realidad económica de cada familia y el emotivo recorrido por senderos bifurcados que cerca del final Ryota emprende con Keita, el niño del que dejará de ser padre sanguíneo, pero con el que lo unirá de por vida un lazo que se percibe inextinguible