La paternidad postergada
La película de Kore-eda tiene un gancho narrativo eficaz: una pareja se entera de que su pequeño hijo llamado Keita no es tal y que ha sido intercambiado al nacer. Esto provoca una consecuencia inmediata: buscar a la otra familia en cuestión, la cual ha criado a Ryusei, su verdadero hijo. Quienes median son burócratas que tratan de resolver legalmente la cuestión e intentan que el intercambio se haga en forma urgente. El quiebre en la historia genera esa clase de interrogantes que todo espectador no siempre tiene ganas de hacer, dada la naturaleza del problema. Lo cierto es que con estos mismos elementos se han visto varios ejemplos sobreactuados y falsamente dramáticos. Afortunadamente, el director japonés elige el camino contrario y, pese a cierto esquematismo en la construcción de los personajes, su clasicismo y sensibilidad para desarrollar la trama aumentan las expectativas a medida que avanza el film.
Con movimientos reposados de cámara, los meses transcurren pero las acciones no se acumulan. Son las elipsis las que dominan el relato y en todo caso, el foco está puesto en cómo afecta la situación la estructura de cada familia. Una, signada por el individualismo, la incomunicación y la adicción al trabajo; la otra, de espíritu comunitario, más jovial y alegre en sus movimientos. Uno de los méritos de Kore-eda es evitar el golpe bajo y depositar la mirada sobre los adultos. Los niños participan como pueden de las decisiones de los padres y los personajes femeninos, más centrados en sus elecciones, se destacan casi imperceptiblemente.
De todos modos, lo más interesante hay que buscarlo en los detalles familiares. De tal padre, tal hijo guarda detrás de su telón el conjunto de sensaciones que despierta la paternidad. No hay elucubraciones filosóficas ni teorías morales: en todo caso, parece decir el director, se reacciona como se puede o bien se aprende haciendo el camino.
Esto es algo que excede a la sangre. Y siempre habrá algún golpe para crecer a pesar de que ningún resultado positivo esté garantizado. Si la incertidumbre reina, baste ver el último plano. Pero antes, la secuencia final con Nonomiya siguiendo al pequeño Keita es hermosa y condensa, como las grandes escenas, los núcleos dramáticos de la historia. Son de esos momentos movilizadores que el cine en cuanto arte puede transmitir a través de la pantalla y que nunca se olvidan.