Obra que no intenta responder ninguna cuestión, sólo plantear dilemas
A poco más de un año del estreno de la notable “El otro hijo” (2013) en nuestro país, el cine vuelve a ofrecer una misma situación para adentrarse en los confines del comportamiento humano. En ambas películas el eje central disparador del conflicto es el de dos matrimonios que descubren que, por un error garrafal en el hospital, han estado criando al hijo equivocado merced a un intercambio involuntario de bebés.
Dos obras que comparten el mismo punto de partida, pero con resultados diferentes.
En la citada anteriormente, el contexto de la equivocación era el caos durante un bombardeo en pleno conflicto palestino-israelí, y el dilema estaba apuntado a la (casi) obligada modificación de la identidad a partir de la religión. La identidad de estos adolescentes se ve aturdida por la situación, hasta se podía adivinar cierta bajada de línea según como cada uno reaccionaba frente a su nueva realidad.
El estreno de esta semana se diferencia para mejor.
En busca de una educación de privilegio y exclusiva para su hijo Keita (Keita Ninomiya), Ryota (Masaharu Fukuyama), efectivo, exitoso y adicto al trabajo en un prestigioso estudio de arquitectura, lo lleva a una entrevista de admisión en la cual el niño responde varias preguntas que se adivinan un poco ensayadas. A su lado, Midori (Machito Ono), la mamá, observa y asiente. En todos estos primeros minutos vemos al padre queriendo no sólo hacer a su hijo a imagen y semejanza, sino también una versión mejorada de sí mismo (la rutina de practicar con el piano antes de ir a dormir por ejemplo).
En una muy pensada presentación del cuadro de situación de esta familia se deja ver, sutilmente al principio, cierta frialdad o falta de demostración de afecto como punto de contraste frente a la otra en cuestión. Pronto el papá se entera de la terrible situación: su hijo no es “de su sangre” (así lo define Ryota para justificar su decepción), pues una enfermera del hospital lo intercambió por accidente. Su verdadero hijo se llama Ryusei (Shogen Hwang), también tiene seis años y fue criado por un comerciante, claramente de costumbres más mundanas (el ritual de bañarse y jugar con sus hijos) y posición económica notoriamente inferior.
“De tal padre, tal hijo” se (pre)ocupa de ir mucho más a fondo con la propuesta. La despoja de cuestiones religiosas por un lado, y deja en baño maría la moral de la superficie por el otro. Al hacerlo, centra casi todas sus fuerzas en sembrar de dudas a los personajes, más allá de la obviedad de dilucidar qué hacer. ¿Se puede dejar de querer automáticamente? ¿Cambiar él la mirada sobre un hijo (y por carácter transitivo sobre la prolongación de la vida) como si el corazón tuviera un interruptor? ¿Pueden mandatos culturales cambiar a partir de una situación extrema (la posición que ocupa la mujer-madre en la sociedad)? Y desde el rol de las instituciones: ¿Lo que se debe, es lo que conviene si atenta contra la calidad de vida de las personas? ¿La identidad sólo depende de la sangre? ¿Nos pertenecen las personas? ¿Somos dueños de nuestros hijos?
El nipón Hirokazu Kore-eda vuelve a posar su mirada sobre los más chicos luego de grandes (y distintos) puntos de vista anteriores como en “Kiseki” (2011) – dos hermanos de padres separados - o “Nadie sabe” (2005) – el mayor de los hermanos cuidando de los menores -.
Este gran director de cine tiene como eje central de sus inquietudes artísticas no sólo la conformación y la construcción de la familia; sino a esta como núcleo constitutivo de las sociedades, y la lectura de las mismas a partir del comportamiento humano (individual y colectivo). Adicionalmente, su mirada pretende dejar muy en claro que el mundo de los chicos depende de los adultos. Parece una obviedad, pero el realizador la profundiza en imágenes tan reales como sugestivas, como la citada escena donde Keita repasa la lección de piano fuera de campo mientras los padres conversan. Así mismo, las acciones de Ryota están motorizadas por la vanidad y la autosuficiencia, sin embargo Kore-eda no juzga a sus criaturas, más bien las utiliza para interpelar al espectador que es en definitiva quien se lleva la mejor parte.
“De tal padre, tal hijo” no intenta responder ninguna cuestión, sólo plantear dilemas donde la premisa es desconfiar del sentido común. Cine del bueno propone el comienzo de año. Por ésta obra, sí; pero además busque las anteriores.