Bella historia sobre el vínculo padre-hijo
¿Qué tiene más peso en el vínculo padre-hijo? ¿La sangre o la crianza? Una duda presente cuando se discuten asuntos de herencia, formación, adopciones, lealtades, o la continuación de una estirpe, o un sueño. Muchos quieren "realizarse" a través de sus hijos (o sus discípulos). Y en algunos casos surge la pregunta incómoda: "¿Este a quién habrá salido?"
Hirozaku Kore-eda, el de "Nadie sabe" (niños que se cuidan solos) y "Un día en familia", presenta el conflicto de un arquitecto y su esposa cuando los exámenes de sangre indican que su hijo único fue cambiado al nacer. Es decir que durante seis años estuvieron amando y educando con gran esmero al hijo de otros. Le inculcaron modales, disciplina, aplicación, espíritu de superación. Peinadito y trajeado, el niño hasta rinde examen de ingreso a primer grado de una escuela privada, y se esfuerza en aprender piano.
Mientras, el verdadero hijo está en manos de un pícaro que atiende un kiosko en el frente de su casa, y una mujer que atiende a ése y a otros nenes más. El chico juega en la calle, hace los mandados, se entretiene con videojuegos y seguramente no sabe lo que es un piano. Si sigue así va a ser como ese hombre al que llama papá.
¿Qué corresponde hacer en tales casos? Las autoridades del hospital aconsejan un pronto intercambio. Hay otras opiniones, y se vislumbran otras historias alrededor de los afectados. Sin subrayar nada, el autor nos pone a la vista ciertos asuntos relacionados con la paternidad, el tiempo compartido, la vida en familia, el desarrollo de los afectos y de los hábitos, los sentimientos de culpa o decepción, los modelos de persona y acaso también de sociedad. Además, se presenta la cuestión judicial. Alguien tiene la culpa por el cambio de criaturas en el hospital. Y todavía falta saber la opinión y la decisión de los niños.
Es cierto, otros autores han tratado ya ese asunto de los niños cambiados. Con maliciosa crueldad, el humorista Mark Twain en "El bobo Wilson" (The Tragedy of Pudd'nhead Wilson). Con tranquilo humorismo, Etienne Chatiliez en "La vida es un río tranquilo". Sólo para broma, los libretistas de la serie de muñecos "Dinosaurios", que en un capítulo alteraron la historia del indomable bebé de la familia. Y para reflexión seria y urgente, Lorraine Levy en "El otro hijo" (Le fils de l' autre) donde el descubrimiento se hace con muchachos ya grandes, para colmo uno criado en hogar judío y otro en hogar palestino. Pero ninguno de esos relatos tiene la dulce melancolía y la mano de Kore-eda. Linda historia, bien llevada, bien actuada y poblada de sugerencias.