PAPÁ, POR SIEMPRE...
Así como en 1979 Dustin Hoffman debía hacerle frente a la separación de su esposa en "Kramer Vs. Kramer", y quedarse solo con su pequeño hijo, haciendo de padre y madre a la vez, nuestro protagonista pasa por algo parecido, aunque peor.
Joe se enfrenta a lo impensable: quedarse viudo de repente y aceptar el reto del destino de tener que criar solo a Artie, su pequeño hijo de 6 años.
Estamos en Australia, en una bella casa ubicada en las afueras de la ciudad, cercana a una playa, y Joe, importante periodista deportivo, deberá lidiar con su nueva vida, intentando equilibrar su trabajo y su enorme responsabilidad como padre. Tras la muerte de su mujer, decide reenfocar la vida familiar desde otra perspectiva. Tiene la ayuda de sus suegros, de una madre del colegio de su hijo, de su mejor amigo, y hasta de Harry, su adolescente hijo mayor (de un matrimonio anterior) que viene a visitarlo; sin embargo siente que colapsa, sin encontrar salida.
Por momentos, su difunta esposa se le aparece para aconsejarlo, para acompañarlo, para paliar su soledad; y Joe sigue con su vida, pretendiendo lo mejor para sus hijos y para sí mismo. A pesar de que las cosas van mejorando de a poco, siempre está presente la falta de su otra mitad.
Coproducción inglesa-australiana, “De vuelta a la vida”, basada en la obra autobiográfica "The Boys are Back In Town" de Simon Carr, resulta una bella película, de ésas que tienen momentos para emocionarse, pero por suerte no abusa de ellos y sale airosa del melodrama lacrimógeno que pudo haber sido.
Si bien la locación agreste y natural elegida para insertar la casa del protagonista (una península en una playa australiana, rodeada de preciosos viñedos, hermosos atardeceres y olas rompiendo en las rocas) puede parecer algo manipulador para generar ser más vibrante, el filme se permite cierta poesía y deja fluir una emoción auténtica, dada la golpeada realidad de los protagonistas ante la pérdida. Pero Scott Hicks, director de la recordada "Shine", sabe fusionar también cierta complacencia esperanzadora para con ellos, y el resultado es efectivo, mostrándonos cómo puede ser la vida de un padre soltero que debe educar a dos hijos en un ambiente familiar masculino. La mirada de Hicks no resulta simplona o desabrida, sino inteligente y madura.
El nombre detrás de la partitura musical para la película es Hal Lindes, ex guitarrista de una de las mejores bandas de rock de los 80: Dire Straits. Y es por ello que se escucha una guitarra eléctrica y acústica, con algún refuerzo de cuerdas y electrónica. En ese sentido, la partitura se mantiene en un tono sencillo y simple que se adapta magníficamente a la historia intimista que se cuenta.
Clive Owen, a pesar de haberse mostrado rudo en muchos de sus anteriores roles, se deja revelar con una sensible interpretación, sincera, noble, en un filme en el que se destaca en las intensas escenas dialogadas con ambos hijos.
El joven actor George MacKay le aporta a su Harry la sensación de encanto de alguien que fue herido al alejarse de su padre cuando era niño, pero que puede recuperarlo siendo ahora más grande. Y el más pequeño, Nicholas MacAnulty, da todo su auténtico encanto y alborotada personalidad, en un indispensable rol dentro del guión como lo es su inquieto y salvaje Artie.
Los tres componen a una familia genuina hecha de jirones que Joe había desparramado a lo largo de su vida, donde los dos hermanastros empiezan a unir lazos y así Joe puede entender la importancia de unir a su familia nuevamente, en la estela de la pérdida de su esposa.
Comenta Hicks a propósito de su obra: "No es un concepto muy elevado, ni una trama rebuscada. Es una historia personal e íntima sobre gente que intenta retomar el contacto y todas las cosas de las que se compone la vida: el amor, el dolor, el humor… Los ingredientes que se combinan para formar nuestro día a día". Mejor resumido, imposible.