Ser padre (¿hoy?)
Con De vuelta a la vida, otra de esas traducciones ridículas que llegan a nuestras carteleras (el original es The boys are back, es decir, Los chicos están de vuelta), se sabe lo que se tiene entre manos partiendo desde la primera línea de la sinopsis en cualquier medio gráfico. Sabemos que va a ser convencional como drama y que cada uno de los elementos está sobre el tablero encontrando una fórmula lineal que los va a someter a inevitables y previsibles puntos de giro. No nos extrañará el falso suspenso del desenlace o alguna que otra resolución aparentemente forzada porque, a pesar de las deficiencias, la película fluye de situación en situación, casi a los tumbos, pero fluye. Pero queda un factor: la actuación. Cada uno de los actores entrega un nivel que le da relieve a semejante llanura visual y naturalizan lo que por momentos cae en el más absoluto artificio melodramático. Por lo tanto, lo que tenemos es una película convencional, previsible, con algún tópico interesante, algo ahogada por la falta de un director menos efectista y con grandes actuaciones. Nada más y nada menos: lo de Scott Hicks está más cerca de una novela televisiva que del cine, pero logra momentos cargados de emotividad que logran distinguirse entre la melancólica música de Sigur Ros.
Veamos: padre divorciado del primer matrimonio vive junto a su segunda esposa, Katy (Laura Fraser), y su segundo hijo, Artie (Nicolas McAnulty), en Australia. Entonces, lo que parece un idilio tiene su oscuro contraste inmediatamente: Katy muere por un cáncer y la familia se desmorona, con Joe (Clive Owen) intentando sobrellevar su nueva situación como padre, al mismo tiempo que ve cómo balancear sus nuevas tareas domésticas con su oficio como periodista deportivo. En el medio de este doloroso duelo que afecta la relación de Joe con Artie, entre problemas comunicativos y frustraciones personales, se le informa que su hijo del primer matrimonio, Harry (George MacKay), irá a visitarlo unos días. En base a ese triángulo conflictivo, entre hogares quebrados, se intenta buscar un nuevo tipo de subsistencia bajo un nuevo formato de familia. Como se imaginarán, la relación de Joe con Harry tiene algo guardado en el pasado que le pasará factura y la de Joe con Artie está vulnerada por la reciente muerte de Katy. De eso trata, y en base a la tensión y la (aparente) resolución de ese conflicto es que se sustenta la película.
El problema está en que el director confía en fragmentos donde se expone una situación, sin dar demasiado tiempo a que lo que se cuenta se desarrolle. Inmediatamente hay corte y nos pone en otra situación de tensión, entre diálogos y climas calculados. Esta falta de aire y, hasta podríamos decir, saturación del melodrama lo hace un relato artificioso. El guión termina dejando cabos sueltos con personajes periféricos que nunca tienen verdadero peso y se concentra en el triángulo Joe-Artie- Harry. Esto es inteligente, sobre todo en un drama, pero entonces resulta innecesario desarrollar, por ejemplo algunas cualidades de Laura (Emma Booth) ya que lo que se veía como un personaje que podía resultar complejo en la introducción queda en un retrato tan unidimensional como, por ejemplo, la madre de Katy. Es en la interacción del trío donde reside el corazón del film, particularmente cuando la cámara captura algún gesto que parece escapar a las líneas y le da un sustento propio a la actuación de Clive Owen cuando, en uno de esos momentos, intercambia miradas con McAnulty cuando su hijo le dice que ya no quiere vivir junto a él.
El problema desde lo visual reside en lo poco interesante y creativo que resulta Hicks, sin aportar nada a lo narrado, y cuando aporta resulta efectista antes que efectivo. En una de las secuencias estupendamente actuadas vemos a Artie en el pórtico de su casa luego del funeral de su madre, en silencio, Joe se le acerca para consolarlo y Artie (este es un ejemplo de cómo una línea no anula una buena actuación) dice que quiere morir. Luego de preguntarle por qué y el niño aclarar que es porque desea estar con su madre la cámara, en lugar de quedarse con los personajes centrales, nos sitúa en el rostro del Padre de Katy (Chris Haywood), quien se larga a llorar y se va de la secuencia. Esta interrupción lacrimógena es efectista porque nos pone en el lugar de otro personaje que no tenía nada que ver con la secuencia, para potenciar la carga emotiva, como si no fuera suficiente con el abrazo silencioso que se dan Joe y Artie. Cortes y cambios de puntos de vista así, disruptivos y torpes, se dan a lo largo de toda la película, demostrando la poca solvencia del director para resolver un guión que ya de por sí está cargado. Por eso también se agigantan las actuaciones: porque en un espacio acotado logran una expresividad natural, si no vean el momento en que Joe habla por teléfono con su hijo Harry diciéndole que Katy ha muerto. Es intenso y triste, sin parecerse a una novela vespertina. Es cine.
La cuestión de fondo en el film es la nueva paternidad como una posibilidad, rebatiendo el modelo tradicional de familia y los prejuicios sociales al respecto, pero sin subrayados: se acepta naturalmente en el marco de las dificultades que se le van presentando a Joe frente a determinadas instituciones como, por ejemplo, el colegio. A pesar de las falencias, hay que mencionar que Hicks logra desarrollar esta cuestión. Por lo demás, es un drama convencional, a veces remarcado como melodrama, pero lo suficientemente digno desde las actuaciones como para sostenerse como una buena película. Al menos, es mejor que el bodrio de Sin reservas.