La película de Scott Hicks está llena de contrastes que, en vez de aportar matices que la enriquezcan, parecen dar cuenta de un cine perdido, que no sabe bien lo que busca ni cómo encontrarlo. Más que una puesta en crisis de ciertos relatos intimistas, De vuelta a la vida permite ver contradicciones, caracteres de una escritura desprolija y desarticulada que afean a la película, que la vuelven torpe, aburrida, carente de un centro. El director juega a la sofisticación cuando deja fuera de cuadro los sufrimientos de una enferma terminal de cáncer (hay una escena de baño y con un tubo de oxígeno que está sutilmente vedada) pero se atreve a exhibir sin cortes la muerte de ese personaje por asfixia; intenta mostrarnos algunas escenas inflamadas a más no poder de vida y felicidad, pero esas escenas resultan apáticas y acartonadas porque están filmadas como una propaganda de gaseosa (por ejemplo, el recorrido espantoso por la playa con el que abre la película); el protagonista es intimado varias veces por otros personajes para que cambie su forma de vida pero él nunca cede, como si el guión se resistiera a someter a su personaje a un verdadero aprendizaje; la puesta en escena se presenta como realista y cotidiana, pero en varios momentos un de los personajes habla largo y tendido con un fantasma; la voz en off, didáctica y solemne, está claramente desfasada con la reticencia del trío protagonista a seguir los consejos de los otros (resulta imposible conciliar la voz de Joe que escuchamos desde el off con el mismo tipo cabeza dura que se aferra a su credo hasta las últimas consecuencias).
¿De qué nos habla De vuelta a la vida? O mejor, ¿tiene algo para decirnos? Fuera de los pocos momentos donde Hicks se anima a poner en una posición difícil a su protagonista (por ejemplo, cuando se lo muestra como un histérico sin límites o un borracho rápido para las galanterías pero lento cuando tiene que defenderse de un golpe) en los que surge una especie de mirada crítica sobre la historia, De vuelta a la vida se muestra apenas como una puesta en marcha de otro relato simplón y edulcorado que aspira a celebrar el estar vivo más allá de las dificultades de la vida. Pero si algo le falta a las imágenes ahogadas de mala estética publicitaria de Hicks es, justamente, vitalidad.