Frente a un cine americano acostumbrado a ofrecernos películas en las que se refuerzan a más no poder las aristas dramáticas, Sólo ellos se muestra como un pequeño exponente, cuyo interés progresa en la medida en que toma distancia del espesor dramático que la origina. Scott Hicks, el director de dramas consagrados (Shine), y cintas destinadas a la taquilla fácil (Sin reservas), regresa a su Australia natal, aunque con factura americana, producción de Miramax, y protagónico a cargo de Clive Owen, para narrarnos el drama de un hombre que, a partir de su prematura viudez, debe reelaborar el vínculo con sus hijos.
Si obviamos el breve trayecto golpebajista de los primeros minutos del film, cuando asistimos a la agonía de la mujer de Joe, el resto transita por los carriles de un drama escrito sin estridencias y con mucha capacidad de reflexión, atada a la progresión narrativa clásica, pero centrándose en un relato genuino y honesto sobre la construcción de la paternidad, cuando este rol debe hacer frente a la crisis que deviene de una tragedia capaz de desmoronar la idea de familia sostenida hasta ese momento. Joe no sólo debe lidiar con su pequeño hijo, que recibe el duro golpe de perder a su madre, sino que encuentra en esa etapa crítica de su vida, el momento ideal para reconciliarse con el hijo mayor, fruto de un matrimonio anterior que se destruyó cuando Joe decidió mudarse de país, cambiar de vida y formar una nueva familia, producto del embarazo de su amante.
Es natural que se plantee cierta celosía de Harry, el hijo mayor, para con Artie, el menor, porque el nacimiento del segundo determinó que el padre abandonara al primero. Afortunadamente, la película no intenta potenciar la eventual disputa entre ambos. Uno puede encontrar claros indicios de ese enfrentamiento, pero el cariño que Artie le demuestra de entrada a su hermano, permite que este conflicto evolucione dignamente, hasta desembocar en la aceptación, el mutuo afecto y el surgimiento de un nuevo esquema familiar.
Clive Owen encuentra en su personaje la manera de exponernos una faceta casi desconocida de su ductilidad interpretativa. El padre que compone no posee más subrayados emotivos que los necesarios, y le aporta la justa dosis de drama para que resulte creíble desde el minuto uno, sorprendiendo a un público acostumbrado a verlo en su perfil de héroe americano.
Naturalmente, podemos enumerar varios elementos o concesiones innecesarias del film, como la interacción permanente de Joe con su mujer, como si estuviera viva, uno de los mayores clichés de este tipo de películas. Otro aspecto es el desenlace excesivamente previsible, que contrasta con la naturalidad de la evolución dramática del film. Si bien el desarrollo se dirige a ese desenlace, podría haberse planteado de otro modo, de manera que no resulte tan obvio. En este apartado también podríamos mencionar el apunte romántico, que aparece sólo para articular un pequeño conflicto adicional entre Joe y sus hijos, y termina disolviéndose rápidamente (aunque la naturaleza del vínculo se plantea de manera original y el final poco feliz ayuda a que Joe se replantee su erróneo accionar).
Pero estos elementos no opacan un drama correcto, genuino en el planteo de los conflictos que atraviesa el protagonista, y en ese sentido, mucho más honesto que muchos dramas familiares americanos. Luego de Sin reservas, un drama con sucesión de golpes bajos y desarrollo romántico superficial, Scott Hicks, sin ser un director de renombre o con una filmografía con signos autorales, ha vuelto a tomar el rumbo de los buenos dramas, lo que no es poco.