En nombre de la taquilla y de un público cautivo, el rentable universo de los superhéroes se permite ya casi cualquier cosa. "Deadpool 2" es una buena prueba. Dos años atrás, este superhéroe cómico y zarpado llegó por primera vez al cine y se convirtió en un éxito inesperado. Y ahora está de vuelta con la misma fórmula sólo apta para fanáticos. El personaje interpretado por Ryan Reynolds esta vez se topa con un nuevo villano (Cable, encarnado por Josh Brolin), se codea con algunos de los X-Men y arma su propio equipo para orquestar una venganza. La trama, calcada de otros esquemas de películas de superhéroes, es sólo una excusa para desplegar un humor entre zafado y absurdo, repleto de chistes autorreferenciales y una agotadora avalancha de guiños a la cultura pop. La película resulta demasiado larga (120 minutos) para repetir y abusar de esta fórmula y, para colmo, los chistes más jugosos aparecen sobre el final. Además, la supuesta irreverencia de esta comedia sólo aparece en las violentas escenas de acción, que están ingeniosamente coreografiadas. Pasado el factor sorpresa de la primera película, es evidente que a Deadpool una secuela le queda grande.