Con la industria dominada desde hace más de diez años por películas de superhéroes, los productores están obligados a buscar nuevas facetas alejadas de lo ya visto para mantener cautivo al público. En esa línea nació hace un par de años Deadpool, una sorpresa mayúscula que apostaba por un humor lleno de puteadas y referencias sexuales. Con esa misma fórmula llega ahora su secuela.
Es cierto que hubo varias películas que satirizaron el universo de los superhéroes (desde la seminal Iron Man hasta dos entregas de Kick-Ass, pasando por Ant-Man o Guardianes de la Galaxia), pero ninguna lo hizo de forma tan abierta y autoconciente como este film dirigido por David Leitch y protagonizado por Ryan Reynolds.
La nueva aventura de la oveja negra del universo de Marvel lo encuentra al borde del suicidio después de una serie de acontecimientos que conviene no revelar. En plena crisis existencial, tendrá que armar un particular grupo de superhéroes para proteger a un chico mutante con poderes especiales de las garras de Cable, un soldado interpretado por Josh Brolin que viene del futuro con la única misión de matarlo (sí, referencia directa a Terminator que la película reconoce).
Deadpool 2 apuesta por un humor zafado y estrictamente autorreferencial, incluyendo en prácticamente todas las secuencias un guiño hacia otras películas del mundo de los encapotados. Más allá de la eficacia como sátira, el problema es que no hay una resonancia más allá de ese diálogo metadiscursivo, lo que convierte al film de Leitch en otro paso hacia la clausura del género a su séquito de fanáticos.
Con su humor extremo y adolescente como principal arma, Deadpool 2 es algo irregular y no tan lograda como la primera, dado que lo que hace un par de años resultaba sorprendente hoy ya no lo es tanto. Se trata de un ejercicio disfrutable para aquellxs con conocimiento de los avatares de los últimos quince años de Superman, Batman, Iron Man, Thor y toda la troupe. Para los neófitos, en cambio, se tratará de una experiencia desconcertante.