MAXIMUM EFFORT
El Mercenario Bocón está de regreso y no piensa bajar ni medio cambio.
Para muchos es una genialidad, para otros sólo una seguidilla de chistes interminable que deja un poco de lado al género superheroico. “Deadpool” (2016) llegó para jugar con sus propias reglas y depende de nosotros si queremos, o no, participar de su juego. No es la primera película que mezcla acción con humor bien sarpado, referencias pop y metatextualidad a montones, pero su “carismático” y violento protagonista la ubican en el panteón comiquero, obligándonos a admitir esta sacudida del género, aunque nos neguemos rotundamente.
Deadpool es todo eso, y si entramos a la sala del cine sabiendo exactamente lo que vamos a ver, esta segunda parte se disfruta con creces, justamente, porque redobla la apuesta de esos elementos intrínsecos de su propio universo, que sólo funcionan porque se trata del personaje creado por Rob Liefeld y Fabian Nicieza en 1991.
Tim Miller hizo un gran trabajo con su debut cinematográfico, combinando los pocos recursos que tenía a la mano (cero experiencia tras las cámaras y un presupuesto bastante acotado) y transformándolos en uno de los éxitos de aquel año, más si tenemos en cuenta que no es una película apta para todo público. Pero a la hora de la continuación se apartó por “diferencias creativas” y David Leitch se subió a esta locura plagada de súper acción, violencia sin límites, losers de todo tipo, tamaños y colores, y un humor más negro que materia prima de simbionte.
Como experto coreógrafo de tomas de riesgo, Leitch la tiene clarísima a la hora de plantear las escenas de acción. Ya lo vimos triunfar en “Sin Control” (John Wick, 2014) y “Atómica” (Atomic Blonde, 2017), así que pueden quedarse tranquilos porque a “Deadpool 2” (2018) le sobran las patadas, las piñas, las explosiones y los tiros… o cualquier tipo de enfrentamiento violento que se les cruce por la cabecita.
En pocas palabras, “Deadpool 2” es un chiste de dos horas porque esa es la esencia del personaje, y este es el mejor cumplido que se le puede hacer. Habiendo superado la etapa de ‘historia de origen’, ahora puede adentrarse en otros aspectos de su protagonista, acá intentando hacer buenas migas con otros “mutantes”, con la esperanza de aprender a trabajar en equipo. Esto ya estaba presente en la entrega anterior, pero como lo suyo no es el ‘heroísmo’ de los X-Men, Wade Wilson (Ryan Reynolds) se va a buscar nuevos compañeros a su medida, bautizándolos como la X-Force.
El presente encuentra al Mercenario Bocón haciendo trabajitos por su cuenta. Derrotando a los malos más malos y ganando algún que otro enemigo por el camino. Un hecho en particular lo obliga a replantearse las cosas, y como aprendiz de Hombre-X, apadrinado por Colossus (Stefan Kapicic) y Negasonic (Brianna Hildebrand), intentará salvar al pequeño Russell (Julian Dennison), cuyos poderes se salieron de control tras los abusos recibidos en la institución que lo alberga junto a otros huerfanitos con habilidades.
Obvio que las cosas no salen tan bien como uno lo espera y el pequeño malhablado y su “rescatista” invulnerable son privados de sus poderes y enviados al Ice Box, una prisión de máxima seguridad para mutantes. Claro que los problemas no terminan ahí, y al hecho de que su enfermedad está de regreso y que no logra congeniar con Russell, Wade tendrá que enfrentarse con Cable (Josh Brolin), un matón mitad humano, mitad máquina venido del futuro con una misión muy específica.
Hasta ahí todo lo que tienen que saber del argumento sin entrar en terrenos de spoilers. Wade va a intentar ponerse en el papel de héroe, aunque bajo sus propios términos, buscando la ayuda de un nuevo equipo que se ajuste a sus necesidades para evitar que Russell se convierta en el villano de la historia. De su X-Force –un grupo más excéntrico que los Mystery Men-, se destaca Domino (Zazie Beetz), una chica cuya habilidad es “tener suerte”, algo que no le puede faltar si va de la mano de Deadpool.
Por lo demás, todo lo que hace la película es jugar con las reglas del género: las adopta, las adapta, las da vuelta, las decostruye y las vuelve a armar a su manera, riéndose de sí misma, del carácter y utilidad de sus personajes, de otros universos superheroicos y, por su puesto, del propio que construyó (no tan minuciosamente) con la entrega anterior. Ni Leitch, ni los guionistas -Rhett Reese, Paul Wernick y el propio Reynolds- se pueden tomar las cosas en serio, porque Deadpool no se toma las cosas en serio, y los pocos momentos en que lo hace, todo resulta un tanto extraño y fuera de contexto.
Esos son los pequeños errores de la historia, un “dramatismo” que no le calza del todo y choca con la verborragia violenta de los enfrentamientos y la metatextualidad incontenida. La súper acción por momentos exagera y se vuelve confusa, recordándonos que, a veces, menos es más, sin importar la película. Muchos de sus personajes están desaprovechados, y aunque esta decisión va de la mano con la historia, nos hubiese gustado ver más de estos nuevos (y viejos) jugadores que podrían, o no, seguir trabajando juntos en aventuras futuras.
Tratar de juzgar que tan bueno o malo es Cable como villano es un tanto erróneo, sobre todo teniendo tan fresco el accionar de Thanos (también interpretado por Brolin) en “Avengers: Infinity War” (2018). Esta historia superheroica no pasa por ese costado, ni intenta meter todo en esquemas clásicos de protagonista/antagonista para avanzar en sus propósitos. Esta es la odisea de Wade Wilson tratando de encontrar su lugar en este universo (y más allá de la cuarta pared, claro está), entendiendo que no puede ser el héroe que todos quieren que sea, pero sí el (anti)héroe que el género necesita para equilibrar una balanza recargada de personajes conflictivos o de esos que cargan demasiado peso sobre sus espaldas.
Deadpool (hablando mal y pronto) se caga en todo y en todos, pero mantiene su costado humano. Sabe que no vamos al cine a sufrir por el bienestar de un personaje que, básicamente, no puede morir, y que sí vamos a esperar una catarata de chistes al respecto. Hay bromas que se van de mambo, y otras que son demasiado geniales como para pasarlas por alto, incluyendo la que podría ser la mejor secuencia post-créditos de la historia de los superhéroes, y lo mejor es que no hay que quedarse hasta el final para disfrutarla.
“Deadpool 2” repite la fórmula, pero la eleva a la enésima potencia. Entrega una historia de fondo más cercana a la aventura comiquera, pero continua rompiendo las reglas y desbordando los esquemas con un humor y narrativa, todavía, más irreverente. Sigue arrastrando los mismos problemas que su antecesora, y necesita despojarse de algunos momentos mal encarados, pero funciona porque entiende su naturaleza jodona y transgresora, la misma que exalta su protagonista malhablado. Es como un parque de diversiones: te subís a la montaña rusa para disfrutar de las diferentes emociones que ofrece, o te das la vuelta derechito hacia las tazas giratorias, un entretenimiento más familiar, donde los riesgos están bien calculados.
LO MEJOR:
- Necesitamos más de la Domino de Zazie Beetz).
- Esa secuencia post-créditos sí se puede ver.
- Sí, hasta el tema de Céline Dion está copado.
LO PEOR:
- Hay escenas de acción (y chistes) que se estiran demasiado.
- Ese dramatismo forzado no le queda bien.