Antihéroe, pero autoconsciente.
Inmersos profundamente en la fiebre superheróica de esta segunda década del nuevo milenio, la pantalla grande le abre camino a un joven personaje del mundo de lo cómics -en comparación con titanes como el murciélago de Ciudad Gótica o el hombre de acero de Metrópolis-, pero con un importante numero de fans detrás, en especial si uno suele concurrir a convenciones del género y demás exposiciones. El sujeto enmascarado de traje rojo y negro, con una pistola en cada mano, es de los preferidos en la extensa fauna de fanboys.
Bajo este contexto llega Deadpool (2016), debut cinematográfico oficial del antihéroe de la factoría Marvel. Sí, decimos debut “oficial” porque todos decidieron olvidar su falso arranque en X-Men Orígenes: Wolverine. El film narra la historia de Wade Wilson (Ryan Reynolds) un ex soldado del ejército de los Estados Unidos devenido en mercenario, quien al enterarse que padece un cáncer terminal se ofrece para un tratamiento experimental, el cual lo vuelve un ser invulnerable y con la capacidad de regenerar sus heridas, un par de escalones por debajo de la inmortalidad. El propio Deadpool se pondrá a la caza de la misma gente que le dió fortuitamente sus poderes, quienes lo desfiguraron horriblemente durante el proceso.
La estructura narrativa presenta el formato clásico de todas las historias de origenes del superhéroe promedio. Pero todo se ve alterado por esa fuerza centrífuga que es el personaje central, por su espíritu particular. Es así como la trama central se ve interrumpida constantemente por flashbacks, que componen elaboradas y largas escenas en pos de elaborar la historia de fondo del personaje. Todo esto con el acompañamiento de un Deadpool que rompe constantemente la cuarta pared, tiene características de ser omnisciente y moja constantemente la oreja de otros superhéroes favoritos, incluidos los de la propia casa Marvel.
Quien no comulgue demasiado con el estilo podrá sentir que las referencias constantes al mundo de los superhéroes, la industria del entretenimiento y la cultura pop de los últimos 30 años se tornan un poco agobiantes; pero por otro lado se trata también de una de las mayores fortalezas del film: su incansable ritmo e impetu. A una broma sobre Wolverine lo sigue una broma sobre el fallido Linterna Verde del mismo Reynolds, a una secuencia de tiros y persecusión le sigue una de igual vértigo, y así durante las casi dos horas de duración. No hay un momento aburrido.
Deadpool es tan fiel al material original como podríamos esperar, con mucha violencia, mucha sangre y tantas palabrotas como es cinematográficamente posible. El film del debutante Tim Miller se aleja de otros productos ATP sin sangre ni violencia extrema de Marvel como la saga de Los Vengadores (The Avengers, 2012) y se apoya en ese humor descontracturado ya presentado en Guardianes de la Galaxia (Guardians Of The Galaxy, 2014), pero con esa picantez característica del personaje principal y un nivel de autorreferencia posible gracias a todo el corpus de películas de superhéroes que han llegado a nosotros en los últimos años, sin ellas Deadpool jamás lograría ser una película tan filosa.
Un mix muy eficiente de acción, comedia, algo de romance y mucho humor políticamente incorrecto y anti-heroico que la convierte en una de las películas de justicieros enmascarados más disfrutable de los últimos tiempos.