Come and get your love
Ant-Man había sido la apuesta más arriesgada de Marvel hasta la fecha y Guardianes de la galaxia la más disparatada, hasta que llegó Deadpool, otro film de superhéroes en clave de comedia que también presentaba sus dificultades para ser adaptado a la gran pantalla y cuyo protagonista, el persistente Ryan Reynolds, generaba cierta desconfianza, en parte por su desastroso antecedente en el género. Pero el secreto, y en gran medida la genialidad del personaje de Deadpool, se debe al carácter políticamente incorrecto que le inculcaron los verdaderos héroes, sus creadores Rob Liefeld y el argentino Fabián Nicieza, quienes le brindaron la posibilidad de ir más allá de lo que otros personajes habían llegado. Si hay algo que hace único al mercenario mutante es que se anima a explorar terrenos nunca antes visitados por sus compañeros con superpoderes como el quiebre de la cuarta pared. Pero él se tira de lleno a la pileta de lo desconocido y lo hace de forma adulta, con chistes escatológicos que no tienen nada que envidiarle a los hermanos Farrelly y con un doble sentido con aroma ochentoso. Esto no quiere decir que no haya momentos en los que la cosa se ponga seria, pero ahí va el humor al rescate para mantener la película en un tono ligero y desenfadado, incluso en las escenas de mayor tensión dramática. Es justamente en ese balance tan fino que Marvel logró entre el cine de superhéroes tomado en serio y el humor que funciona como un antídoto contra la solemnidad, donde se encuentra la clave de su éxito, su “factor curativo”.
Uno de los méritos de Deadpool es haber apostado al humor salvaje y, como decía antes, adulto. Una rareza que se agradece dentro de un mainstream que suele ir a lo seguro y mantenerse en la senda apta para todo público para preservar el éxito multitarget de sus productos. Este nuevo terremoto verborrágico viene a pegar un volantazo y a salirse de ese camino para encontrar el propio, nada menos que la mezcla entre lo colorinche y lo cartoonesco de Guardianes de la Galaxia con la autoconsciencia y el espíritu paródico de una película como Kick Ass, que a pesar de su gran sentido del humor, no le hacía asco al lado más oscuro y violento de sus personajes. Algo de lo que tampoco renegaban Chuck Jones, Tex Avery o Frank Tashlin, de los que Deadpool toma el absurdo y el slapstick en su versión reloaded para crear un festival de excesos con escenas de acción espectaculares y saltos temporales para presentarnos a modo de mini película de origen dentro de la película los inicios de este chiflado en spandex rojo de forma fluida y atractiva mediante una avalancha de chistes que nunca se sienten agobiantes. Si bien no todos funcionan igual de bien, se trata de parte de la propuesta que, al lanzar una catarata impresionante de oneliners por minuto, no pretende que cada uno de ellos tenga la misma efectividad.
En medio de este vale todo, que no solo viene a reventar cual globo los esquemas establecidos del género, sino que también se mea en todos los estereotipos y adaptaciones de cómics al cine, Tim Miller tiene la libertad absoluta para revolear el código ético de los superhéroes y para hacer y deshacer a su antojo. Por eso, lo primero después de sacarse el corsé de la corrección política es jugar con todos los elementos que componen el film y también con los de afuera, es decir, con el conocimiento que tiene el espectador sobre lo que rodea a la película, ya sea la filmografía del actor principal o las demás películas de Marvel. Todo es jugar y reciclar, dos palabras que Miller comprende perfectamente, por eso puede reírse de todo desde el primer minuto con esos maravillosos títulos iniciales en los que vapulea a los actores, al género, a Hollywood, al estudio y hasta a sí mismo. Pero siempre desde el amor y el más profundo respeto hacia sus criaturas, hacia el cine y la historieta. Y lo bueno es que, como sucedía con Guardianes de la galaxia, Deadpool no tiene la obligación de encajar en el complejo universo interrelacionado de personajes de Marvel, por eso puede darse el lujo de desbordar el género, estirarlo, romperlo y renovarlo.
¿Dónde más, si no en la diversión y la libertad, se encuentra el espíritu del cine de superhéroes? Cuantos menos límites, más diversión y Miller lo sabe. Quizás detrás del títere de un estudio con un salario excesivo se esconde un gran comediante que comprende a la perfección el espíritu lúdico de estos súper individuos.