A la medida de los fans
La nueva película de la factoría Marvel se centra en un personaje atrevido y marginal.
Las páginas comiqueras de Marvel revolotean a toda velocidad para dar inicio a su enésima entrega, esta vez dedicada a su personaje más atrevido y marginal y atorrante: Deadpool, el soldado echado del ejército, el cancerígeno devenido en inmortal, el cara de Freddy Krueger que se niega a alistarse en las filas de los X-Men, el antihéroe de traje rojo y negro que no para de hablar y disparar gruesas municiones pop.
“Una película de un imbécil”, así se lo presenta desde los créditos iniciales al personaje interpretado por el cada vez menos carilindo Ryan Reynolds. La película de la factoría que tiene a Stan Lee como el cabecilla mayor, arranca con una cámara vertiginosa, espectacular, que funciona como un anzuelo. Luego, un flashback explicativo que por momentos brilla y por otros se vuelve opaco.
Wade Wilson (Ryan Reynolds) es un mercenario que regentea el bar de un amigo hipster, un antro nocturno al que van otros personajes tan manyines como él. Una noche conoce a Vanessa (Morena Baccarin), el amor de su vida. Pero no todo es sexo y amor y color de rosas. Un buen día, Wilson cae desmayado y se le diagnostica cáncer terminal. Y lo que parecía una historia de amor muta en una de terror.
Entonces aparece el señor Smith, quien le ofrece a Wilson la cura de su enfermedad, pero en realidad se somete a un experimento en el que le inyectan una sustancia cuyo efecto es la inmortalidad. Convertido en Deadpool, Wilson sale en busca del responsable de su desfiguración en compañía de sus dos amigos: el colosal de acero Colossus y Negasonic Teenage Warhead, una adolescente dark.
La boca de Deadpool es una ametralladora de chistes autoreferenciales para el deleite del fan marvelero. El filme repite el viejo efectivo truco del humor metacinematográfico; rompe la cuarta pared, le habla a la cámara, al espectador, detiene la película para adelantarla como si se tratase de un VHS, entre otros efectos.
Y sí, hay tiros, hay cameos graciosos, grandes secuencias de acción, en la que se destruye todo y la sangre chisporrotea; pero también hay momentos en que el filme se estanca, cede, baja un cambio.
Pero ¿qué es Deadpool sino una suerte de falsa rebeldía dentro de la casa Marvel para hacer creer que también tiene autocrítica? Deadpool no es un personaje atípico, es solo un personaje más, cubierto de un cancherismo cool hartante.
Deadpool nos hace creer que es una excepción inmoral y políticamente incorrecta aunque es la película más conservadora de Marvel hasta la fecha. Pero es esto lo que, paradójicamente, la hace fuerte y entretenida, como si la única posibilidad de rebeldía consistiera en caer simpático.
Hay algo que caracteriza a los devotos de la cultura popular: la falta de reflexión crítica. Repetir nombres de canciones, de bandas, de películas, de discos y de actores parece ser el límite. Y este es el aspecto que le conviene explotar a Hollywood.