Las buenas intenciones por sí solas no hacen una buena película. Podríamos afirmar que prácticamente todas las películas que comienzan con la leyenda “basada en una historia real”, guardan dentro de sí tantas buenas intenciones como una fuerte dosis de drama, la mayoría de las veces indigerible. Tal vez el mayor mérito de Extraordinary measures sea el de saber sortear el golpe bajo, un poco gracias al exceso de optimismo que se desprende de la propuesta, otro poco debido a que posee la pericia narrativa de un telefilm.
La película muestra a un padre capaz de abordar a quien sea con tal de salvar la vida de dos de sus hijos, afectados por un mal genético que los mantiene postrados y les reduce drásticamente la capacidad de sobrevida. John Crowley, el padre, decide en determinado momento acercarse al doctor que ha publicado importantes investigaciones en torno a la enfermedad, y se encuentra con uno de los tópicos máximos del científico según Hollywood, el sujeto huraño que vive encerrado en su laboratorio y es incapaz de salir de sus teorías para pasar a la práctica, una imagen sólo superada en el imaginario hollywoodense por la del científico desquiciado.
Brendan Fraser es quien mejor se adapta al relato. Aquí consigue ocultar hábilmente su habitual histrionismo, pero a su vez, sabe esparcir una mínima dosis de sano humor, y con ello sobrellevar el drama que carga su personaje. Incluso en los momentos más dramáticos que transita, su interpretación no pierde dignidad, ni cae en la sobreactuación o en la sensiblería. Keri Russell, en cambio, no llega a estar al nivel interpretativo de Fraser, probablemente porque sigue estando atada a la imagen que dio durante años con Felicity, y es probable que si hubiese continuado por un camino acorde a su imagen, como el de las comedias románticas, este tipo de papeles le habrían llegado a una edad más adecuada, con la madurez actoral que sólo dan los años.
Sin embargo, quien más descolocado está en el elenco principal es Harrison Ford. Cuando lo vemos enfundado en el guardapolvo, no hay modo de no considerar que cualquier otro actor resultaría más convincente que él en ese rol. Muchos años interpretando al héroe de ocasión lo han convertido en un actor prácticamente incapaz de abordar un personaje “real”, mucho menos un científico, por más particular que sea. Prueba de eso es cuando lo vemos enojarse con su equipo profesional, sus arranques de furia dan cuenta de su afectada interpretación, llegando a ser el elemento menos creíble de toda la película.
Lo que sí vale la pena rescatar es la trama que explora el proceso de investigación y fabricación de un medicamento, el único aspecto original del film, que a la vez logra establecer una crítica inteligente respecto de la especulación financiera de los laboratorios al momento de lanzar un nuevo producto, una crítica que no ahorra subrayados (como cuando se habla del porcentaje de “pérdidas aceptables”), pero que tampoco intenta demonizar inútilmente a las corporaciones.
Pese a esto, lo que prima en Extraordinary measures es un relato edulcorado, con evidentes desaciertos en el elenco y con algunos errores particulares en la dirección y en el montaje. Elementos que terminan por acercar a la propuesta al estándar de un telefilm, antes que consolidar un drama con buenas intenciones, que las tiene, y buen pulso narrativo, un elemento que no se destaca en esta propuesta.