LA GUERRE ESTE DECLAREE, dirigida por Valerie Donzelli, fue muy bien recibido en la Semana de la Crítica de Cannes y en su estreno francés. Tanto, que esta pequeña y extraña película fue elegida para representar a Francia en los Oscar. Esa elección tiene que ver, uno imagina, con una cuestión temática, ya que se trata de una pareja que debe luchar contra la enfermedad de su pequeño hijo. De cualquier manera, está muy lejos de ser una película convencional sobre ese tipo de temas. Al contrario, Donzelli debe haber inaugurado un extraño subgénero: la comedia musical sobre el tumor cerebral.
O algo así. En realidad, los momentos musicales son pocos, pero definitivamente hay muchos momentos cómicos, livianos y bastante bizarros en esta historia autobiográfica, que dirige y protagoniza Donzelli junto con su ex marido y que se centra en lo que les pasó a ellos al descubrir que su bebé tenía un tumor, y todos los años de batalla (de “guerra declarada”) que pasaron. El riesgo es claro: a nadie le debe gustar ver una película sobre un niño enfermo, pero Donzelli le busca todas las vueltas posibles con un espíritu envidiable, uno que deja en claro que, como directora, tiene la misma energía y nivel de locura que su personaje (es decir, ella misma) tiene en la “ficción”.
Donzelli se apoya en el Truffaut de JULES & JIM, en Jacques Demy, la primera nouvelle vague, y salta de allí a influencias como Christophe Honoré o Arnaud Desplechin para crear una película original, por momentos absurda, muy cinéfila pero nunca tanto como para que nos desentendamos de la suerte de los personajes. Es una historia emocionalmente fuerte y con algunas situaciones difíciles, en la que ese espíritu a prueba de todo que la pareja y el hijo demostraron enfrentando esa batalla está puesto en la estética optimista y hasta juguetona de la película.
La-guerre-est-déclarée-Valérie-DonzelliPor momentos parece excesivo, casi irrespetuoso, es cierto (algo similar sucede con THE DESCENDANTS, otra “comedia de hospitales”, pero aquí los cambios de tono son aún más radicales), pero uno puede estar seguro de que esa energía está puesta sin ninguna intención de explotar de manera morbosa al espectador con los problemas que Donzelli haya tenido en su vida (algunos pueden no verlo así, y es entendible, la película corre por un límite difícil). Al contrario. Es, casi, la necesidad de compartir una experiencia vital con el público.