En busca de la felicidad
“Me llamo Romeo”, le dice él a ella ni bien se conocen. “¿Me estás cargando?”, o algo por el estilo le responde ella a sabiendas que se llama Julieta. Ese “chiste”, que él se llame Romeo y ella se llame Julieta, queda en eso, en una referencia sobre un dato antojadizo del destino: haberlo convertido en algo de más peso dentro del relato hubiera sido un gesto inapropiado, ya que a esta altura sería todo un cliché imposible de renovar. Y es además uno de los tantos apuntes como al pasar que va dejando Declaración de vida, drama con toques de humor dirigido, escrito y protagonizado por Valérie Donzelli. Esos apuntes, como que el nene se llame Adán o que de la nada los protagonistas canten, son utilizados por la película como elementos de búsqueda y alejados del simbolismo habitual del cine intelectual (y de paso se relacionan un poco con el cine de Desplechin, Resnais y otros autores del cine francés). Declaración de vida es una película pop que va trazando su tono minuto a minuto, con secuencias inconexas en cuanto al registro (de un momento de humor a otro de drama genuino a uno bien actuado a otro sobreactuado, y así…), y que convierte a todo esto en la experiencia de ir hacia la felicidad. Algo que anhelan, también, los Romeo y Julieta del film.
Declaración de vida tiene un detrás de escena fuerte. Donzelli y Jérémie Elkaïm, su coprotagonista, fueron pareja en la vida real. Y tuvieron un hijo y a ese niño -al año y medio de vida- le diagnosticaron un tumor cerebral. La película no sólo recrea esas instancias, sino que además está filmada en escenarios donde los actores pasaron varios días, como el hospital donde el chico fue sometido a un prolongado tratamiento de cura del cáncer. De hecho, la película está dedicada a los trabajadores de la salud pública de Francia, en uno de esos gestos políticos bellos y fuertes que se agradecen. Pero si Declaración de vida tiene un gran logro, es no hacer de esa sensación de realidad un docudrama morboso y arduo. Todo lo contrario, el film es ligero, tiene una superficie etérea que la hace muy amena y en la decisión formal más interesante de la directora y guionista, opta centrarse en el vínculo de los padres (y esos satélites que son abuelos y hermanos) en vez del nene y su tratamiento médico.
Decíamos de las búsquedas de Donzelli. Inconsciente, aunque creemos más que conscientemente, ese devenir zigzagueante en tono y registro impiden que la película haga foco definitivo en el tumor y en el niño. Por eso el título que le pusieron por aquí es totalmente erróneo: Declaración de vida convierte a la película en el drama de la semana de alguien que sobrevive a algo. Hay un poco de eso, pero no es el punto fuerte del relato. Ni siquiera una subtrama de segunda línea. Un poco a la manera de aquella extrañeza de Un milagro para Lorenzo, el film de Donzelli apela a elementos casi de realismo mágico para merodear el drama de un niño enfermo, aunque a diferencia de la obra de George Miller esta parece ganada más por lo realista que por lo mágico. Es que como film de búsqueda que es, nunca termina por definirse y prefiere la seguridad de un centro narrativo neutro antes que tirarse de cabeza a lo desconocido o desembozadamente ridículo.
Y eso es en parte lo que impide que Declaración de vida sea la gran película que pudo haber sido. Si algunas escenas parecen actuadas en dos registros más altos de lo aconsejable, en una apuesta al grotesco (el encuentro con familiares, cuando Romeo se entera de la enfermedad de su hijo) inmediatamente una secuencia más neutra nos coloca ante un territorio de normalidad. Si los personajes cantan una canción, la escena está formalmente controlada como para que siempre nos parezca real lo que estamos viendo. Y tiene un gran problema en una sucesión de voces en off que nunca logramos entender desde dónde vienen o cuál es su punto de vista. Como buena película de búsqueda -decíamos anteriormente- Declaración de vida está puntuada por grandes momentos que no logran un todo como obra. Igualmente, se agradece la sobriedad con que el tema es abordado, eliminando de entrada la posibilidad de un falso suspenso y eludiendo la sordidez cuando encima el hecho de ser una historia real en primera persona habilitaba cualquier tratamiento. Si uno se imagina lo que Haneke podría haber hecho con el mismo material y tiembla del miedo.