Basta con revisar la historia personal de Valérie Donzelli para encontrar cuánto tiene de autobiográfico su nuevo film: una pareja debe lidiar con la enfermedad que ataca tempranamente a su bebé. La actitud tomada por Donzelli y su esposo fue tenaz. Ni llorar sobre los hechos arbitrarios y sin respuesta (“¿por qué a nosotros?”), ni bajar los brazos ni pelearse entre sí; la decisión es plantearle batalla a la insanía. De ahí el título original de la película La Guerre Est Déclarée, estrenada en Argentina como Declaración de Vida.
El film parte de la base que los protagonistas cuentan con la fortaleza interna para librar esta batalla (algo que no toda la gente puede, porque hay cosas que no se escogen). Esa reserva de energía es la que asegura eludir el dramón lacrimógeno por una razón que fluctúa entre lo humano y lo cinematográfico: esta gente puede enfrentarse a lo desesperante de otro modo: ¿la enfermedad quiere guerra? Ellos se la darán. Para hacerlo se plantean casi una estrategia: dosificar las fuerzas, rodearse de seres amados, distribuirse tareas y, más que nada, no perder la alegría.
Filmada en digital, decisión que le otorga a la imagen mayor urgencia pero, también, inferior calidad, la película inicia en un momento, tan sólo un momento en la vida de un chico (nadie puede decir que una imagen a los ocho años represente un “final” de película): a los ocho años el niño se continúa tratando. El film es un larguísimo flashbacks de un jovencito que hoy día la pelea, como todos. Esa decisión quita, al relato, la angustia que provoca la idea de la muerte inminente (otra decisión de dirección y guión para evitar caer en lo melodramático). Lo que continúa es un repaso batalla a batalla, con el ojo puesto en los detalles, en la catarsis que supone para Donzelli (directora, coguionista y protagonista) contar cómo fue su experiencia; puesto en términos psicoanalíticos, algo muy cercano a la “sublimación”: de un hecho traumático, generar una obra artística que será entregada a terceros.
Declaración de Vida es una de esas películas que valen como entrega, como acto de valentía ante la temática a contar, como canto de esperanza. Escena a escena, en cambio, el film combina secuencias más y menos logradas. En su rol de directora Donzelli persigue los momentos distintivos que provoca una historia semejante, pero no siempre obtiene la sutileza necesaria para volcarlos al film. Para llegar a esos momentos (uno podría comprenderlos como “el nervio” del film) Donzelli se ayuda de las herramientas estéticas del cine, tipo de cámara (mencionada líneas arriba), musicalización, edición ágil. Algo similar ocurre con la búsqueda del humor, cierta irreverencia ante lo terrible que no alcanza la decidida desfachatez de la genial 50/50.
Con apenas cuarenta años, vaya si las ha pasado Valérie Donzelli. Su extensa carrera en el cine (en distintos roles) llega al punto cumbre con La Guerre Est Déclarée. Para enfrentar el momento se reunió de los seres que han pasado con mayor trascendencia por su vida: el rol de Romeo lo cumple el padre de su hijo, Jérémie Elkaïm, y las escenas están rodadas en los hospitales públicos donde se desarrolló la infancia del niño. A estos últimos, precisamente, está dedicada la película.