La vitalidad abrumadora
Catarsis o desborde de emociones pululan en el universo mitad real, mitad irreal de Declaración de vida, título local un tanto ambiguo para referirse a La guerre est déclarée y que genera un mejor marco para este segundo opus de la actriz, realizadora y guionista Valérie Donzelli, quien junto a su ex esposo Jérémie Elkaïm –también protagonista del film- tomaron la arriesgada decisión de transmitir a partir de los recursos cinematográficos a mano su experiencia como padres jóvenes que al año de vida de su hijo reciben la terrible noticia que éste tiene alojado un tumor maligno en su cerebro, operable, pero con grandes posibilidades de que los tratamientos no alcancen y la batalla con la enfermedad se termine perdiendo.
Quizás de eso se trate aquella declaración a la que hace alusión el título original, que a ciencia cierta se desprende de un segmento del film donde la pareja protagónica escucha el anuncio televisivo de la guerra de Afganistán, mientras se preparan para la otra que implica afrontar el largo tránsito durante varios años entre hospitales, quirófanos, operaciones, radioterapias, quimioterapias, angustia, desgano, dolor y desgaste, batallas que van descascarando a la pareja de Romeo y Julieta. La ironía de estos nombres de personajes interpretados como no podría ser de otra manera por la propia Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm suena más como una referencia a la tragedia cuando la víctima es Adán, su pequeño que se aferra a la vida al igual que sus padres.
Sin embargo, lo trágico nunca deviene melodrama o chantaje emocional debido a la absoluta libertad que se toma la realizadora francesa para estructurar el derrotero de estos padres jóvenes, que pese a las adversidades no renuncian a esa juventud y energía característica.
La libertad es sinónimo de riesgo y en este caso asumirlo juega a favor desde el punto de vista del despojo de lo lacrimógeno pero sin negar en ningún momento el drama detrás de la historia. Por eso es notable la capacidad para cambiar de registro, tanto en lo que hace a la dirección de Donzelli con una cámara atenta, inquieta, íntima, que a veces deambula por pasillos de hospital o se queda varada en una puerta que restringe acceso para de golpe sumergirse en la vorágine urbana y nocturna o en el descontrol de una fiesta sin que esa continuidad haga ruido en el espectador.
A eso debe sumarse una banda sonora cambiante que incluso se atreve a un interludio donde los protagonistas cantan y que confirma la fuerza y vitalidad abrumadora de esta autobiografía, que no busca transitar por el camino de la demagogia cuando de antemano expone todos los indicios para un final feliz porque precisamente no se trata de comienzos o finales sino de lo que ocurre entre ambos extremos.
Tal vez cierto exceso de artificiosidad le juegue algún punto en contra en ciertos momentos pero eso no menoscaba en ningún sentido el valor y la importancia de esta propuesta por su singular y personal enfoque de una temática que para el cine sólo conoce dos o tres direcciones que siempre conducen al mismo destino.
El destino es exactamente lo que marca el derrotero de esta pareja que vivió la intensidad del enamoramiento a gran velocidad como registra un prólogo brillante y conceptualmente irreprochable para ir reduciendo sus ilusiones y deseos, pero siempre convencidos de que a las guerras se las vence con amor y perseverancia.