Basada en la experiencia personal de la realizadora Valérie Donzelli y Jerémie Elkaim, hay en “Declaración de vida” (Francia, 2011) un intento por construir un relato diferente, desestructurado y dinámico, lleno de excesos, para quitarle peso al fuerte dramatismo de la historia que cuenta.
Por momentos uno parece que estuviera viendo un nuevo fresco generacional, como en su momento fue “Reality Bites” (USA, 1994) ó “Trainspotting” (UK, 1996), con corridas, una cámara vertiginosa, afirmaciones existenciales y mucho alcohol y drogas.
La cinta, que llega con un gran atraso a los cines argentinos, se focaliza en la lucha real (ó GUERRA como dice el acertado título original) de una pareja durante años contra un cáncer que padeció, desde pequeño, su hijo y ¿qué mejor manera de hacer catarsis colectiva, de una historia tan dolorosa, personal e intransferible, que a través de las imágenes reflejadas en una pantalla?
El arranque de la película es así: una mujer ve cómo su hijo pequeño es introducido en una camilla para realizarse una resonancia magnética. El golpeteo hipnótico del artefacto la retrotrae al pasado.
Vemos a Romeo (Elkaim) conociendo a Julieta (Donzelli) en una fiesta. Ella está en un rincón, esperando a su pareja mientras bebe sutilmente una cerveza. Cruzan miradas. Él le tira una pastilla. Ella la atrapa con su boca. Se escapan de la fiesta juntos luego que el ahora ex de Julieta la abofetee y se hacen inseparables.
Viven un tórrido romance en París y la recorren (con un homenaje a grandes realizadores franceses). La aman y se aman. Charlan. Comen. Se ríen. Mucho (quizás como una abundancia que luego terminará en sequía). Julieta queda embarazada y deciden irse a vivir juntos. Nace Adán (atentos al peso de los nombres de los protagonistas eh!).
Y ahí comienza otra película. Una que refleja, por momentos con crudeza, la realidad de los padres primerizos (falta de sueño, peleas y mal humor; Romeo define a su hijo como un “tirano”) y principalmente sus miedos.
Miedos que terminarán en el descubrimiento de un tumor maligno en el hijo (rabdoide) luego de haber recurrido a varios pediatras y especialistas. Hay un narrador omnisciente que nos va relatando la historia.
Por momentos es Julieta. En otras oportunidades es Romeo. Entre ambos irán hilando uno a uno los acontecimientos que atravesaron. Pero hay otro narrador, también omnipresente. Porque en “Declaración…” hay pocos diálogos. La música es el otro relator. Refleja estados de ánimos y decisiones.
Donzelli dice mucho más con una canción que con los diálogos. Hay una escena, la más lograda, en la que Julieta mira por el vidrio de un auto y en la ventanilla se refleja Romeo sobre su rostro, y se cantan. Y uno podría pensar, ¿y estos encima se ponen a cantar? ¿No saben si el hijo va a sobrevivir una operación de nueve horas y se cantan?
Es que en esa canción hacen su declaración de vida, la de luchar contra el cáncer, la de no contar ni buscar información más allá de la que los médicos les ofrezcan (“no tenemos que saber más que el médico, nada de internet”) y la de amarse durante toda su vida.
En “Declaración…” el dolor se refleja de una manera poética, onírica, en un gesto, una caricia, un abrazo materno...
En la reiteración de acciones y de las imágenes, planos de puertas que se cierran, de eternos y asépticos pasillos, de cigarrillos fumados frenéticamente, porque ellos mismos decidieron ser fuertes frente a la tragedia y pasar a otro nivel, hasta salen a correr y entrenar para liberar tensiones, sin un objetivo, o quizás sí, pero aún no lo saben.
Es en esta historia de amor de pareja y de amor filial es casi imposible determinar cuál de los amores es más grande, porque Donzelli quiere que nos sumerjamos en sus dos historias.
Una es inseparable de la otra. Ambas permanecerán unidas en esta gran película sobre la resistencia y las ganas de seguir creyendo.