El niño orquesta
La infancia es una etapa de nuestras vidas en la que creemos que (casi) todo es posible, desde volvernos una estrella del deporte hasta viajar al espacio exterior. En Delfín (2019) -nombre del film y del pequeño protagonista- el empuje y la superación de las diferentes adversidades convierten al relato en una suerte de micro epopeya cotidiana.
Delfín tiene 11 años y vive en un pequeño pueblo ubicado a 50 kilómetros de Junín. Vive solo con su padre en una humilde casa de una sola habitación, su madre es una ausencia que nunca se clarifica pero cuya presencia sigue pesando). El niño entrega los pedidos de la panadería local, temprano antes de entrar al colegio, intentando ayudar al escaso y mal remunerado trabajo de su padre (Cristian Salguero), un hombre de pocas palabras pero igualmente conectado con su hijo. Delfín es el único de su pueblo que sabe tocar el corno francés, y al enterarse que pronto habrá una prueba para una orquesta infantil, activa un plan lleno de complicaciones propias y ajenas para poder audicionar.
El universo ficcional parece uno detenido en el tiempo, donde los chicos todavía andan en bicicleta, van a pescar al río y se meten en más de un lío. La panadería del pueblo, la fiesta en la plaza, las calles de tierra. Este recorte de espacio-tiempo hace fluir el ritmo de la narración de forma muy particular, permitiendo que la nostalgia nos haga transitar de forma un poco más placentera aquellos pasajes poco felices de la historia, que en otro contexto serían un tanto más difíciles de sacar adelante.
Pero el corazón de la película se concentra en esa relación entre padre e hijo, quienes a pesar de no ver siempre las cosas del mismo modo, se saben solos contra el mundo. Valentino Catania se luce en la piel de un chico dispuesto a pelear por cumplir sus sueños, teniendo que lidiar con complicaciones del mundo adulto antes de tiempo. Escena tras escena madrugamos con Delfín, vamos con él a hacer repartos en bici, nos aburrimos en el colegio y soñamos con lo que para otros parece imposible.
En su tercer largometraje el director Gaspar Scheuer elige contar una historia que podría amargarnos el día dependiendo de nuestro estado de ánimo, pero Delfín termina siendo un relato esperanzador, sin golpes bajos, que presenta un relato donde hay vida después del drama.