Delfín

Crítica de Mariana Mactas - TN - Todo Noticias

Tercera película del realizador Gaspar Scheuer (El desierto negro, Samurai), Delfín es una historia chica con un padre y un hijo en el centro. Son muy pobres, y viven en una casucha lejos de todo, a algunos kilómetros de Junín, provincia de Buenos Aires. El padre trabaja como albañil y Delfín, que tiene once años, también trabaja en una panadería y va a la escuela, sueña con probarse en la orquesta: es el único en el pueblo que toca el corno francés. La música está muy presente en esta película cuidada, por momentos preciosista en su fotografía, siempre interesante, en la búsqueda (y encuentro) de una fotogenia. Suena Schubert sobre imágenes de la pobreza que comparten, un pan con nuez, unas ranas fritas que les parecen un manjar y que a Delfín, en el colegio, le gana el mote de "comesapos". Pero no se asusten: Scheuer no camina por la senda del miserabilismo, aunque los espectadores observemos su vulnerabilidad tensos, rogando porque las cosas les salgan mejor, o al menos no les vaya peor.

Sobre un plot clásico, de aventura-clímax-epílogo, Delfín se erige como una narración entretenida y emocionante, sin necesidad de cargar las tintas. Que debería encontrar el público que merece, si no saliera apenas a dos salas en la capital. Es además, en gran medida, mérito de sus estupendos actores, principales y secundarios, bajo la dirección de casting de la talentosa María Laura Berch. Cristian Salguero (La Patota, Un gallo para Esculapio) está perfecto como ese padre que hace lo que puede, y acaso puede poco. Y el joven Valentino Catania es una revelación total: fresco, bello y expresivo. Para un personaje que, desde la mirada infantil de sus ojazos oscuros, curtida por las carencias y la dureza de la vida, sueña.